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Un hombre ejerce su derecho al voto en un institución educativa en Barranquilla.
Política

La ley del Montes | ¡Llegó la hora...!

Colombia debe hacer grandes transformaciones, pero no puede embarcarse en aventuras populistas y antidemocráticas. ¿Qué hay detrás de la elección presidencial?

Colombia acude a las urnas a elegir al sucesor de Iván Duque en la Casa de Nariño. Hoy se lleva a cabo en todo el país la primera vuelta presidencial que tendrá como grandes protagonistas a Gustavo Petro, Federico ‘Fico’ Gutiérrez, Rodolfo Hernández y Sergio Fajardo. De ser necesaria una segunda vuelta, esta se realizaría el próximo 19 de junio. También aspiran a la Presidencia, pero sin posibilidades reales de triunfo, Enrique Gómez Martínez y John Milton Rodríguez. Las de hoy serán las elecciones más trascendentales de las últimas décadas en el país.

El ambiente electoral no ha sido el mejor, por cuenta no solo de la polarización política, sino por el excesivo protagonismo que han tenido las redes sociales, que se encargaron de difundir de forma masiva todo tipo de fake news y de crispar los ánimos entre los distintos competidores. En esta oportunidad las campañas negativas y la guerra sucia desplazaron las propuestas y programas de los aspirantes a la Presidencia.

A la postre los electores fueron bombardeados por dos conceptos que terminaron por imponerse: por un lado el de infundir temor por cuenta de una eventual llegada a la Casa de Nariño de Gustavo Petro, y por el otro el llamado continuismo que encarnaría Federico ‘Fico’ Gutiérrez. Esa confrontación terminó afectando al candidato Fajardo, quien no pudo superar “el fuego amigo” entre los propios integrantes de su coalición, pero tampoco pudo consolidar su propuesta de ser el candidato del verdadero cambio. En las últimas semanas se posicionó con mucha fuerza el ex alcalde de Bucaramanga, Rodolfo Hernández, quien capitalizó el proyectarse como el “anti-Petro” y “anti-Fico”. Su discurso anticorrupción –básico y primario, con frases como la de acabar con la “robadera”– caló bastante en el elector.

Este escenario electoral de hoy –crispado y polarizado– hasta hace algunos meses lucía mucho más desolador por cuenta de la pandemia del coronavirus, que dejó cientos de miles de muertos. Por fortuna el país logró superar la grave crisis y la emergencia sanitaria es un asunto del pasado.

Y aunque los opositores al Gobierno lo nieguen, el país también empieza a mostrar una reactivación económica con la que muy pocos contaban por cuenta de la covid-19. Algunos indicadores, como el empleo, también muestran signos de recuperación, aunque todavía distante de las cifras que existían antes de la pandemia. De manera que existe una evidente reactivación económica en sectores vitales del aparato productivo nacional, hecho que también debe ser tenido en cuenta a la hora de depositar el voto por cualquiera de los candidatos.

Así las cosas, las elecciones presidenciales de hoy –en caso de que haya un ganador en primera vuelta– definirán el futuro del país no solo en términos políticos, sino sociales y económicos. ¿Qué se juegan los colombianos en las urnas hoy?

No es hora de aventuras populistas

Por cuenta de los vientos de cambio que soplan en América Latina, que han producido modelos fracasados, como el de Venezuela, Colombia no se puede embarcar en aventuras populistas, nacionalistas y abiertamente antidemocráticas. Empezar a transitar este camino se traducirá –sin duda alguna– en pérdidas de libertades individuales y colectivas –entre ellas la libertad de expresión y de empresas– que a la postre solo traerán más caos, corrupción y represión a quienes piensen distinto. El cambio prometido y recibido con ovación por parte de un buen número de electores no puede significar un salto al vacío. Punto. No de otra forma puede interpretarse el hecho de ofrecer programas, planes y proyectos que carecen de viabilidad fiscal. Es decir: son irrealizables. Por bonito que suene, no hay forma de construir trenes elevados entre Buenaventura y Barranquilla. El candidato que así obra lo hace de mala fe porque sabe perfectamente que no podrá cumplir nada de lo que ofrece. Pero también el elector debe saber que respaldar con su voto este tipo de iniciativas es un comportamiento irresponsable, cuyas consecuencias serán nefastas para todo el país, incluyendo ricos y pobres. El votante de hoy debe saber, por ejemplo, cuáles son las consecuencias que tendría para el país la oferta del candidato Gustavo Petro de paralizar la exploración de hidrocarburos en el país. Ilustrarse sobre esa materia –más allá de la rabia contra los ricos o del legítimo deseo de que haya cambios– es su responsabilidad, pues debe saber que su ejercicio democrático de votar tiene consecuencias.

Los discursos de odio sirven para ganar, pero no para gobernar

Las grandes reformas que requiere el país –necesarias y urgentes hoy más que nunca– se deben llevar a cabo sobre la base del respeto al sector productivo, la seguridad jurídica y la propiedad privada. Minar las bases de ese trípode solo generaría más desempleo, más incertidumbre, más caos y más descomposición social. No puede haber reactivación económica sin empresas sólidas y prósperas. Los discursos de odio contra quienes generan empleos y producen riqueza no solo desestimulan la inversión nacional y extranjera, sino que terminan alimentando graves y peligrosos conflictos sociales. Los discursos de odio les sirven a los candidatos para llegar al poder, pero no a los presidentes para gobernar. Que lo digan Gabriel Boric en Chile y Pedro Castillo en Perú. Hoy Colombia lo que necesita es un llamado a la unidad, a la reconciliación y a la construcción de proyectos comunes en medio de las diferencias. La desigualdad no se combate engordando al Estado y asignándoles funciones que solo sirven para volverlo más corrupto y paquidérmico. Un Estado así concebido solo sirve para gastar a manos llenas y para derrochar recursos en manos de unos pocos.

Lucha contra la corrupción: hechos, no discursos ni palabras

La lucha contra la corrupción es una de las banderas más atractivas en un país donde todos los días se destapa un escándalo de corrupción como Colombia. Por ello todos los candidatos presidenciales ofrecen erradicarla. Pero el problema no es decir que la piensan combatir, sino cómo piensan hacerlo. ¿Cómo? ¿Rodeándose de corruptos de todos los pelambres? ¿Buscando votos en las alcantarillas donde habitan quienes han sido sindicados, procesados y condenados por corruptos? Ofrecer combatir la corrupción rodeados de corruptos es una falacia más. No es otra cosa que un truco artificioso cuyo único fin es pescar incautos con el fin de atraerlos a la campaña “anticorrupción”. De los candidatos, el único que puede afirmar sin que le tiemble la voz, como en efecto lo hizo en el debate de Caracol Television y BLU Radio el pasado viernes, es Sergio Fajardo, quien afirmó: “Conmigo no pueden hablar de clanes”. Hasta el propio Rodolfo Hernández, que también flamea la bandera anticorrupción, tiene abiertos procesos en la Fiscalía por presuntos hechos de corrupción que involucran a uno de sus hijos. La lucha contra la corrupción se demuestra, pues, con hechos y no con discursos y con palabras.

Fico Gutiérrez: continuismo y voto castigo

Aunque ha tratado de desmarcarse en varias oportunidades, lo cierto es que Federico ‘Fico’ Gutiérrez fue rotulado desde el comienzo de la campaña presidencial como el candidato continuista. Ello significa en plata blanca que sería el candidato de Álvaro Uribe y de Iván Duque. Ante los continuos señalamientos de Petro y del propio Fajardo, Fico Gutiérrez argumenta a su favor que cuando aspiró a la Alcaldía de Medellín derrotó al candidato del uribismo y que además no aceptó el cargo de ministro que le ofreció él presidente Duque. 
“Si fuera continuista habría sido el candidato de Uribe a la Alcaldía y el ministro de Duque”, sostiene Gutiérrez. Pese a ello, en la actual campaña a Fico le ha tocado cargar con el pesado piano de ser señalado de ser el candidato de un gobierno con muy altos niveles de desfavorabilidad. El llamado “voto castigo”, que es la reprobación a la gestión de un gobernante o de un partido político, podría hacerse sentir en las elecciones presidenciales.

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