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El presidente Juan Manuel Santos comienza mañana su tercer año de gobierno. Ello nos obliga a hacer un corte de cuentas de lo que ha sido su gestión hasta el momento, así como de las tareas que aún están pendientes de una agenda amplia, variada y exigente, en la que sobresalen temas como la seguridad nacional, el frente social, el manejo de la economía y las relaciones internacionales, entre otros.

Al llegar a la Presidencia de la República el 7 de agosto de 2010, Juan Manuel Santos ofreció darle continuidad a una política de seguridad, que había sido liderada por su antecesor Álvaro Uribe Vélez, cuyo máximo logro fue, sin duda, haber obligado a los grupos guerrilleros, especialmente a las Farc, a replegarse ante la arremetida de las Fuerzas Militares. De hecho, esa fue la bandera que masivamente respaldaron los colombianos a la hora de elegir a Santos con más de 9 millones de votos.

Pese a los logros obtenidos por el Gobierno en este frente y que no son pocos, como los golpes propinados a la insurgencia al dar de baja a Alfonso Cano y Mono Jojoy, dos de los jefes más temidos de las Farc, existe en el grueso de la población la percepción de que hoy por hoy las cosas están peores que hace diez años, cuando se puso en marcha la política de seguridad democrática.

Algunas cifras indican que no solo es un asunto de mera percepción por parte de la opinión pública. Es el caso de los ataques guerrilleros a miembros de la Fuerza Pública, que se han incrementado de manera significativa, así como los llamados retenes ilegales y los ataques a la infraestructura económica nacional.

En lo que tiene que ver con las “locomotoras sociales”, como el propio Santos las bautizó, son más las promesas que se escucharon que las realidades que se han concretado. En lo relacionado con la generación de empleos, por ejemplo, si bien es cierto que en estos dos años se ha logrado una pequeña reducción, sin que se cumpla la oferta de campaña de llevarlo a un dígito, causa mucha preocupación el hecho de que también se han incrementado las cifras de subempleo, mientras que en las principales ciudades del país, entre ellas Barranquilla, la informalidad laboral ha crecido de forma alarmante. Es decir, se trata de personas ocupadas, pero que carecen de las mínimas garantías laborales que les garanticen un trabajo en condiciones dignas.

En salud y educación el país sigue esperando las reformas estructurales que permitan el acceso de la inmensa mayoría de los colombianos a los centros asistenciales, así como a las escuelas, colegios y universidades. Pese a que el Gobierno sacó adelante la reforma a la salud, la misma no se tradujo en mejoras en la calidad de la atención a los usuarios, ni tampoco puso fin a los altísimos niveles de corrupción que se presentan y que el propio Presidente denunció.

La reforma educativa fue retirada ante la protesta masiva y contundente de los estudiantes del país, quienes se sintieron afectados gravemente por los alcances de la misma, especialmente en lo que tiene que ver con el incremento en el costo de las matrículas. Ante la arremetida estudiantil, el Gobierno retiró la iniciativa, pero aún se desconoce cuál será la suerte de la reforma estructural al sistema educativo nacional. Lo mismo acontece con las reformas tributarias y pensional, cuya suerte también es incierta.

Otras iniciativas gubernamentales de profundo alcance social, como la Ley de Restitución de Tierras, que busca saldar la deuda que tiene el Estado con las víctimas del conflicto armado, se han visto amenazadas por la irrupción de grupos armados ilegales, especialmente en algunos departamentos de la Región Caribe, que amenazan con hacerla fracasar.

El mismo presidente Santos el día de su posesión afirmó que si logra que la restitución de tierras y la reparación a las víctimas sean una realidad, “valió la pena llegar a la Presidencia de la República”.

Al empezar el segundo tiempo de su mandato, el presidente Santos tiene que afinar y replantear buena parte de sus políticas, que aún siguen sin calar en la población, como lo muestran las encuestas donde el mandatario se encuentra por debajo del 50 por ciento de aprobación.

Para ello es necesario dejar de lado los ofrecimientos propios de la campaña que lo llevó a la Casa de Nariño y concretar sobre el terreno varias de sus iniciativas, muchas de las cuales están muy bien intencionadas. Pero ello no es suficiente si las mismas no pasan de las palabras a los hechos. Aún está tiempo de hacer el viraje que hace falta para dejar su impronta en la historia nacional.