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En estos días santos es conveniente reflexionar acerca del perdón, esa palabra que en los últimos años en nuestro país ha cobrado tanta trascendencia. Se le considera clave en la búsqueda de una paz duradera y de la reconciliación entre los colombianos.

Ahora que con la liberación de los secuestrados se respiran aires propicios de paz, es bueno recordar la importancia del perdón como un obsequio dado por las personas perjudicadas o indignadas a otra u otras que en el pasado les han producido un grave daño u ofensa.

Para que se dé el perdón el ofensor debe antes reconocer su error, estar arrepentido y manifestar al afectado su deseo de ser perdonado con el compromiso real de nunca más volver a cometer el mismo u otro agravio.

Pero, lo más difícil es perdonar. En eso estriba la grandeza de un ser humano que, valiente y humildemente, expresa indulgencia, tolerancia o comprensión ante el error ajeno. Un ingrediente que últimamente se ha agregado al difícil arte de perdonar y que se está viendo en nuestra conflictiva situación colombiana es que no basta con que haya perdón y olvido: es indispensable el paso adicional de ofrecer una reparación o restitución a la persona o familias víctimas.

Un segundo aspecto harto difícil de contestar es acerca de ¿qué es perdonable?, ¿se puede perdonar todo? La gravedad de la afrenta, sus consecuencias y la personalidad del individuo afectado tienen mucho que ver en si existe o no la posibilidad del perdón por más terrible que sea el daño. A millares de colombianos víctimas de la violencia les ha resultado difícil olvidar y perdonar hechos dolorosos vividos. Es obvio, entonces, que quienes han cometido horrendos crímenes deben pagar ante la justicia una pena que corresponda a la gravedad del delito llevado a cabo, y resarcir a sus víctimas.

No obstante, hay quienes, con el orgullo lastimado, consideran que hay afrentas que definitivamente son imperdonables de por vida. Lo negativo de esto es que quienes no perdonan viven con un resentimiento eterno, albergando sentimientos de odio y venganza que les amargan su existencia y la de los suyos, además de que terminan por enfermarlos.

Pero aquello que arruinó el pasado no tiene por qué arruinarnos el presente. El mensaje sobre el que hoy deseamos reflexionar es respecto a los beneficios de perdonar para ambas partes. El perdón no solo beneficia a quien lo da sino también a quien lo recibe. Beneficia al que disculpa porque lo emancipa de una carga afectiva negativa que afecta su vida, y a quien es perdonado porque le absuelve de una culpa que carcome su conciencia por un error del que está arrepentido. Hoy en día existen investigaciones sobre los positivos efectos de perdonar en la salud física y mental.

Las heridas que no se limpian se vuelven a abrir, nos enseña el controvertido juez Baltasar Garzón. Los colombianos, por salud mental, tenemos que hacer el esfuerzo por reconciliarnos. Para una apacible convivencia se requiere de una voluntad colectiva que perdone lo pasado, por más doloroso que sea este, y de un verdadero compromiso de arrepentimiento y reparación, pues no podemos caminar hacia adelante mirando hacia atrás en medio de esta eterna lucha fratricida que ha consumido a nuestro país en los últimos 50 años.