La calle de San Blas, especialmente entre Progreso y 20 de Julio, se vino a convertir en la Séptima de Bogotá, tanto que sus habitantes y visitantes no dejaban de dar un paseo a pie por esa avenida y que llamábamos “darse un septimazo”.Pues eso fue la calle San Blas de Barranquilla. Pero antes de ese recorrido, el tramo comprendido entre la La Paz y Progreso, o sea de la Lunchería Americana hacia La Paz, existía una famosa taberna billar llamada Casino de la Playa, nombre que quizás le puso su propietario por la presencia en 1938 de la recién fundada orquesta cubana del mismo nombre, que visitó La Arenosa y después regresó en 1940. Esa taberna estaba junto a la joyería del judío Steimberg, y ahí mismo se estacionaba diariamente la venta de una sabrosíma avena ahumada, atendida por su propietario, a quien llamaban El Capi.
Pero volviendo al tramo de la calle San Blas, debemos señalar que allí estaba instalada la Farmacia Blanca y al frente la Librería Cervantes, cerrada a raíz de una balacera entre tahúres, donde murió un ciudadano de apellido Astrágala a quien vi de cerca, muerto, con varios agujeros de bala. Eran las 12 del día y extrañamente a la altura de las 4 de la tarde de ese mismo día vi desfilar el cortejo fúnebre por la calle Caldas, rumbo al cementerio. Ese suceso dio por terminada la existencia de la Librería Cervantes, adquirida por la Casa Clavería.
Frente a la Heladería Americana, el Teatro Colombia, al cual se accedía por una plazoleta donde funcionaba la Librería Mundo y el Café Jafa (no Café Happy), habitualmente visitado por Gabriel García Márquez, Álvaro Cepeda Samudio, Figurita, Castillo y demás personajes de la época. Junto a la heladería estaba el almacén Mil Novedades y en la esquina de 20 de Julio, el puesto de periódicos y revistas del venezolano apodado Maracucho, en las instalaciones del almacén de rancho y licores La Gran Vía.
Y no me sigo extendiendo por el temor de que esto sea motivo para que EL HERALDO no publique esta nota.
José Portaccio Fontalvo
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