Siempre me rio al recordar una escena de El otoño del patriarca. Bendición Alvarado, la mamá del dictador, detiene la ostentosa comitiva, congela por un momento la historia oficial y la parafernalia del poder para pedirle a su hijo que le lleve unas botellas vacías a la tienda aprovechando que el cortejo presidencial va a pasar por ahí. La función de la risa es detectar los puntos en los que las máscaras no se acoplan al rostro verdadero del hombre; pone a prueba la precariedad de sus cauchitos, su poca elasticidad.
Esa discordancia del personaje con sus circunstancias se manifiesta también en una escena de Crónica de una muerte anunciada, donde lo cómico queda como encapsulado dentro de su marco trágico. Sucede en el último tramo de la novela, justo el más dramático. Santiago Nasar acaba de ser apuñalado por los hermanos Vicario y sale al patio de su casa con el estómago rebanado y los intestinos colgando de las manos (incluso tiene la delicadeza de sacudirse la arena de las tripas). Al verlo tan pálido y decaído, una vecina que está lavando del otro lado del río, Wenéfrida Márquez (tía del narrador), le pregunta qué le ha sucedido y él responde distraído como si hablara de otra persona: «¡Que me mataron, niña Wene!». Automáticamente se suspende el drama para darle cabida a la risa.
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Por la misma clase de desconexión, el distraído es el personaje más común en las comedias, porque sus distracciones, sus olvidos de sí mismo y de los elementos que lo rodean, generan una ruptura con su realidad inmediata. Un personaje distraído, desconectado de su contexto, de sus circunstancias, de sus semejantes, es un personaje inevitablemente cómico. El mejor ejemplo es la magistral y sostenida distracción de don Quijote a lo largo de sus aventuras. Su idealismo es una especie de estado de gracia constante que lo sigue a todas partes, por más que la realidad quiera despertarlo de su locura a punta de golpes y desmanes, y por encima de Sancho Panza, que es su conciencia reguladora.
El trasfondo espiritual de la risa
Cuanto más profunda sea la distracción, más eco producirá en la carcajada del espectador, más lo doblará y lo partirá de risa. La idealización, que es la misma distracción a gran escala, abre una grieta en el mundo real. Dentro de esa zanja termina resbalándose siempre el personaje cómico. Un personaje que idealiza el mundo es uno que se distrae del entorno para conectarse con una gracia mayor. Me gusta pensar en la gracia divina como el punto máximo en la escala de la risa. Si elaboráramos un gráfico (conteniendo la risa), la gracia sería el punto máximo en la escala del humor, mientras que el punto mínimo sería la existencia sin espíritu o sin gracia de las cosas. Nadie se ríe, por ejemplo, de un cometa estrellándose contra un planeta o de una ola derramándose en la arena. Entre el estado inercial de la materia inanimada y el punto vibrante de la gracia se encuentran los grados de la risa, el espectáculo risible y ridículo del espíritu encerrado en la vida ordinaria.
En la medida en que los cuerpos se llenan de vida, van ascendiendo en la escala del espíritu y por tanto de la gracia. En el primer nivel está la sonrisa, ya sea irónica o compasiva; a medio camino, la risa propiamente dicha, abierta y directa; y por último, cerca de la gracia, la carcajada franca e incontenible, pues la intensidad de la vida ya no puede ser apresada por las limitaciones de la materia y explota. La gracia sería la cima donde el espíritu ya no carga con el cuerpo ni los objetos, ni tropieza con las leyes físicas llenándose de vida eterna, de gracia divina. En lugar de una carcajada, la gracia produce en el espectador una sonrisa serena y beatífica, pues ya no hay contraste ni incongruencia en lo contemplado, fallas ni desajustes, solo perfección, el espíritu en coherencia consigo mismo. La escena en que Remedios, la bella, sube al cielo envuelta en sábanas blancas produce ese estado de asombro y arrobamiento divinos en el lector, un estado que se rompe cuando de pronto irrumpe la voz de Fernanda del Carpio para bajarnos de nuevo al gradiente de lo cómico: acepta el prodigio, pero le pide a Dios que le devuelva las sábanas.
Se podría jugar también a formular el lugar del humor negro, de la risa satírica y malvada dentro del mismo plano, ubicándola en un gráfico similar pero en el cuadrante de abajo, donde el espíritu cobra un signo negativo.
Bisagra cósmica
Peter Berger sentencia en el libro Risa redentora que las discordancias señaladas por lo cómico desvelan una verdad central sobre la condición humana: «El hombre se encuentra en un estado de discrepancia cómica con respecto al orden del universo». Berger dice «cómica», pero bien podría haber dicho «cósmica». Lo cómico como distorsión de lo cósmico. La risa como sensor que vela por la unidad y continuidad del cosmos, como detector de todo aquello que trata de fragmentar el mundo y la vida, su energía.
Esa doble y contradictoria naturaleza de la risa, humana y cósmica a la vez, individual y absoluta, se refleja en ella misma: es una emoción, pero una aséptica, vidriosa, que juega a neutralizar a las demás o a tratarlas aisladamente. A Charles Baudelaire le parecía contradictoria porque para él era una muestra granular de la infinita grandeza y de la infinita miseria del ser humano, «Infinita miseria –decía– en comparación con el ser absoluto que existe como idea en la mente del hombre y de infinita grandeza en comparación con los animales». Y concluía dándole carácter de bisagra: «La risa procede del sobresalto permanente que generan estas dos infinitudes». El valor expresivo de las hipérboles viene justo de esa intersección entre lo infinitamente pequeño y lo infinitamente grande, pues en ellas también se juega una superposición: las exageraciones dejan mal paradas las medidas concretas del hombre, y a la vez señalan las dimensiones abstractas e inagotables de la imaginación.
Y termino recurriendo a otra clave del lenguaje, que suele ser tan sabio como una risa sincera. Cuando alguien dice que estalló en una carcajada o que explotó de risa, o cuando simplemente su rostro se quiebra y se expande en el gesto abismal de la risa, no hay argumento que pueda detenerla. Algunos prueban a decir: «No le veo la gracia», pero ya es demasiado tarde; la respuesta es otro motivo de risa, otra carcajada que se cuela por entre los huecos de nuestras pobres máscaras.




















