Reflexión tras la proeza
Egan Bernal nos llevó a la cima mundial de un deporte que encarna como ningún otro el conjunto de valores que están bien presentes en la sociedad colombiana, pero que están lejos de dominar la cotidianidad del país.
Hace solo dos semanas, los colombianos estallaban en júbilo porque dos compatriotas, Juan Sebastián Cabal y Robert Farah, ganaban por primera vez para el país el prestigioso torneo de tenis de Wimbledon en sus 142 años de historia.
Después de ese gratificante paréntesis, y cuando ya estábamos instalados de nuevo en nuestra ‘normalidad’ cotidiana–polarización política, escándalos de corrupción, amenazas a líderes sociales, violencia contra menores– viene Egan Bernal y nos eleva a la gloria absoluta al convertirse (a falta de una etapa de trámite) en el primer colombiano que gana el Tour de Francia en sus 106 años de historia.
Ya nuestros ciclistas nos habían acostumbrado a las buenas noticias –Giro de Italia, Vuelta a España–, pero la proeza de Egan nos llevó hasta la cima del deporte que quizá mejor encarna, en su conjunto, los valores del esfuerzo personal, el trabajo en equipo, la disciplina, la tenacidad, la paciencia y la humildad.
Unos valores que están bien presentes en el pueblo colombiano, pero que, por particularidades históricas o sociales que les correspondería analizar a los expertos, aún están lejos de dominar la cotidianidad del país. Aquí, desafortunadamente, los contactos, los privilegios de clase, el dinero fácil, la filosofía de “pendejo el último” y “aprovecha la papaya” continúan desempeñando un papel demasiado activo en nuestro proyecto colectivo de nación.
Ver a Egan, un humilde zipaquireño de apenas 22 años, pedaleando esforzadamente por la geografía francesa, concentrado y con la mira puesta en la codiciada meta, es la imagen que debe perdurar en nuestras retinas. Incluso más, si cabe, que la previsible foto de mañana que lo muestre alzando el trofeo de campeón.
Es apenas comprensible que un país –sobre todo si lleva una existencia turbulenta y difícil como Colombia– estalle en júbilo cuando un compatriota realiza una hazaña que atrae la atención del mundo. En ese sentido, la alegría que experimentamos los colombianos ayer fue un abrebocas de la emoción que sentiremos cuando Egan entre en los Campos Elíseos de París y oficialice su histórica victoria.
Pero más allá del orgullo patrio que nos produzca el acontecimiento, sería deseable que lo que ha hecho este muchacho zipaquireño nos lleve a una reflexión más profunda sobre lo que somos como sociedad y, sobre todo, lo que podemos llegar a ser si sacamos lo mejor de nuestras capacidad y lo ponemos al servicio de todos.
Dicen los expertos europeos que Egan ha abierto una nueva era en el ciclismo internacional. Ojalá ayude también a abrir otra en nuestro proyecto de nación.
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