Un largo camino ha tenido que recorrer el cine colombiano para alcanzar las nuevas alturas en las que hoy se está proyectando. Una travesía de autorreconocimiento que ha llegado a su cumbre con una historia en lengua indígena, desde el corazón de ese Amazonas al que el país le dio la espalda, tan simple y rotunda en esencia como las postales en blanco y negro que tejen el relato, firmado por un director costeño de 34 años: Ciro Guerra.

La vigencia de los interrogantes y discusiones de fondo plasmados en los 130 minutos de la cinta se pueden constatar a diario, en una cotidianidad en que la preservación de los recursos naturales y el respeto de las culturas vernáculas se mantienen bajo la constante amenaza de una forma transgresora y arbitraria de entender el desarrollo. Lecciones cuyo valor rige, igual, a escala individual, nacional y mundial, en momentos en que la lucha contra el calentamiento global y la inconsciencia ambiental se ha convertido en una causa sin fronteras, con manifestaciones locales tan apremiantes e indiscutibles como la cruda sequía y la crisis energética que oprimen los bolsillos de los colombianos.

La nominación de El abrazo de la serpiente al premio de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas –Óscar–, la primera en la historia del país, entraña, sin embargo, muchas más lecciones de las que se pueden descifrar de la historia del chamán Karamakate y el botánico americano que buscaba una poderosa y mística flor conocida como yakruna.

Lamentablemente, fueron muy pocos los espectadores que alcanzaron a verla en su momento, debido a su fugaz y reducido paso por la cartelera. La cinta se estrenó en 26 salas del país, una cantidad irrisoria comparada con estrenos de exitosas sagas hollywoodenses como Rápido y Furioso, estrenada en 730 salas. Visto así, con la nominación Hollywood está reivindicando ‘el abrazo’. Sin duda, se trata de un reconocimiento a la madurez narrativa del país, encarnada en la impecable factura poética lograda por Guerra, que ayuda a voltear los ojos del mundo a la producción nacional y abrirles puertas a nuevos espacios internacionales a los realizadores colombianos. Pero todavía deben hacerse muchos esfuerzos para garantizarles esos espacios de distribución en el plano local. El mensaje fue claro para los distribuidores, que devolvieron la cinta a las salas de cine. No habría que esperar una nominación a un premio para darle a trabajos como el de Guerra el lugar y despliegue que ameritan.

Con el acercamiento a la estatuilla dorada que supone el mayor galardón del cine se están cosechando los frutos de la creación del Fondo de Desarrollo Cinematográfico, impulsado por la Ley del Cine (814 de 2003), y que ha estimulado la producción nacional.

El cine colombiano ya no es solo un retrato del narcotráfico y la violencia. Ha cultivado una filmografía con amplia riqueza en temáticas y propuestas estéticas, y se ha consolidado como espejo de la multiplural realidad de un país que cada vez avanza más en su autorreconocimiento.

El apoyo a los nuevos realizadores seguirá siendo crucial en la construcción de identidad, que a la vez es vital para afianzar una visión crítica en la búsqueda de otra forma de entender el desarrollo como sociedad, más respetuosa e íntegra. Pero no basta que se haya facilitado el acceso a recursos para hacer cine. Aún falta consolidar una cultura del cine local.

El año pasado hubo 36 estrenos de cintas colombianas. El llamado también es para el público. Aún hay pasos que dar, y algunos les corresponden a los espectadores. Vale la pena que cada quién se pregunte cuántas de esas 36 ha visto.