Corren tiempos difíciles para el ejercicio del periodismo. Son cada vez más intolerables las presiones de poderes políticos y económicos, entre otros, y de perversos personajes que, privilegiando sus propios intereses, arrinconan la independencia de la prensa y pisotean los derechos a la verdad, justicia y a la paz que tienen las sociedades, exigiendo que sólo se escuche y reconozca una voz, la suya.
Para ello se valen, no una, sino muchas veces de la mentira, una de sus armas preferidas que utilizan para hacer daño a diestra y siniestra, para demoler a su adversario de turno sin compasión, seguir como si nada y apuntar hacia un nuevo blanco.
En su desbocada carrera hacia la búsqueda del absolutismo de opinión en el que intentan anular por completo la argumentación del contrario, periodista o medio de comunicación que los desafíe, también será derribado. Todo vale para ellos: calumnias, descalificaciones, acusaciones... ¿Quién le cree a la prensa, quién la respalda en la puja por la integridad en la que la lógica del engaño parece estar ganando la batalla por mantener la decencia?
La desconfianza institucional – alimentada por una extendida frustración intergeneracional y una sensación de impunidad e impotencia frente a injusticias sociales, precariedad laboral, hechos de corrupción y violencia, tan reiterativos en la actualidad – está pasándole factura también a los medios de comunicación, que debemos asumir nuestra cuota de responsabilidad en esta crisis.
Periodistas pierden su credibilidad al convertirse en los alfiles de reyezuelos de poca monta que, incapaces de destacar por sí mismos, necesitan de alguien que amplifique sus “hazañas” o edulcore sus mentiras. Su confiabilidad también queda en entredicho cuando se dejan seducir por el vedetismo periodístico, el escándalo mediático o la vulgaridad rampante que pulula en redes sociales como forma de ganar audiencias o generar likes, por mencionar sólo algunos de los pecados que hoy condenan el ejercicio periodístico.
Los periodistas debemos reconocer, con profunda humildad, que vociferar no es garantía de tener la razón.
Desde distintas orillas, nos exigen que descalifiquemos, insultemos, juzguemos y/o condenemos como si fuéramos órganos judiciales o entes de control. Nos demandan que asumamos posiciones porque el activismo de turno de las redes sociales así lo sentencia. Recursos efectistas de quienes sin fundamentos, ni pruebas, se dedican a desprestigiar a los demás con agendas marcadas.
Con nosotros no cuenten. Nos inspira un periodismo al servicio de los ciudadanos, de sus necesidades y preocupaciones. Un periodismo que construya y tienda puentes, que genere armonía entre todos respetando diferencias, dispuesto a cuestionar y ser crítico y con la capacidad de ofrecer espacios a las nuevas ciudadanías que merecen ser tenidas en cuenta.
Defenderemos una voz unida que proclame verdad y justicia en favor de nuestra ciudad y de nuestra región con un lenguaje cercano, que nos identifique y proyecte. Tenemos sobrados méritos para ser escuchados. Los tiempos del “bogocentrismo” deben ser cosa del pasado.
Decía el decano de la ética periodística, el maestro Javier Darío Restrepo, columnista hasta el último de sus días de este diario, “la mentira separa a las personas con muros de desconfianza, a todo y a todos los vuelve sospechosos y hace imposible la vida social”. ¡Cuánta razón tenía y qué vigentes resultan hoy sus palabras!
En EL HERALDO una redacción joven trabaja de la mano de experimentados comunicadores que conocen y sienten a Barranquilla, al Atlántico y a toda la nación Caribe. Mi admiración para ellos por su quijotesco compromiso con el oficio.
Somos un equipo que trabaja, con ilusión y optimismo, para ofrecer contenidos de calidad y con rigor, análisis e historias con enfoque diferencial y experiencias de nuestros propios redactores que valgan la pena compartir con un claro propósito: aportar a los lectores del impreso y de nuestras plataformas digitales información oportuna, veraz y que refleje nuestra esencia, ese ADN que nos hace únicos en Colombia.
Estamos frente a una oportunidad inmensa. Todo es sujeto de mejoras y en ello estamos. No defendemos fórmulas inamovibles. Hoy en el periodismo los cambios mandan y, asumiendo que no lo sabemos todo, queremos construir con nuestras audiencias EL HERALDO que esté a la altura de los desafíos actuales y en el que tengan cabida nuevas narrativas para que seamos capaces de conectarnos con el resto del Caribe, con Colombia y el mundo.
Nos abrimos al reto de innovar, a crear, a tener la libertad de equivocarnos incluso. Pero sabemos que arriesgando es como vamos a fortalecernos en medio de estos tiempos complejos en los que necesitamos, como nunca antes, a nuestros lectores y audiencias.
Sin prensa libre, no hay periodistas. Sin periodistas, no hay periodismo. Sin periodismo, no hay democracia. No es tan difícil de entender. Aquí lo tenemos claro y lo vamos a defender.
Gracias por la confianza. Es un gran honor estar aquí. Me quedo con esta frase que leí hace un tiempo en el diario El País de España y que recoge esta nueva etapa en EL HERALDO: “En tiempos de turbación, las mentes de burócrata son funerarias”. Bienvenido el cambio.