Un derroche de atrocidades, como pocas veces ha conocido Colombia, marcó para siempre la vida de los habitantes de El Salado, corregimiento del Carmen de Bolívar, que aún no se repone de tanta crueldad e indolencia, la de los violentos hace 20 años y la del Estado, al que hoy le sigue reclamando garantías.

El 16 de febrero de 2000, 450 paramilitares del Bloque Norte de las Autodefensas Unidas de Colombia bajo el mando de Salvatore Mancuso y Rodrigo Tovar Pupo, conocido como ‘Jorge 40’, iniciaron un recorrido criminal por una amplia región de los Montes de María. Sin piedad se ensañaron con sus habitantes, gente humilde y campesina, a los que sometieron a los más aberrantes actos de tortura y sevicia para infringirles el mayor sufrimiento posible.

En su avance hacia El Salado los tres grupos de exterminio, ‘El Tigre’, ‘Cinco Siete’ y ‘Amaury’, degollaron y apuñalaron a 24 personas e incineraron casas y medios de transporte en Sucre, Bolívar y Córdoba. Fue el principio del horror.

Ya en el pueblo, sacaron a las personas de sus casas acusándolas de guerrilleros y reuniéndolas en la cancha de microfútbol del parque principal, dieron inicio a la masacre. Mataron y remataron sólo por el placer de hacerlo. A los hombres los torturaron, los estrangularon y acribillaron luego de seleccionarlos en un macabro sorteo.

A las mujeres, las violaron, mataron y empalaron. Absolutamente indefensas, las golpearon hasta doblegarlas, y ya en el suelo les enterraron las bayonetas de sus fusiles en los vientres que parieron a los hijos de El Salado.

Esta orgía de sangre se extendió a lo largo del 18 de febrero en medio de los sonidos de tamboras y acordeones que los paramilitares habían sacado de la Casa de la Cultura. A pesar de que en la región se denunciaba el asedio de los armados ilegales, ni un solo miembro de la Fuerza Pública apareció.

28 personas fueron asesinadas aquel día. 17 en la cancha, 6 en sus casas y 5 en los montes de los alrededores. Barbarie extrema.

A las 5 de la tarde del 19 de febrero, los paramilitares se fueron de El Salado y una hora después arribó la Infantería de Marina. En su repliegue de varios días, los escuadrones de la muerte ejecutaron a 5 personas más. El 21 de febrero, el éxodo de los sobrevivientes dejó desolado el pueblo y varios de los desplazados murieron luego de este infausto viaje.

El Salado aún no recupera su paz, ni su alegría. La masacre escenificada en el espacio público, en el parque principal que era su sitio de reunión y esparcimiento, desgarró el tejido social de esta comunidad que fue atropellada en su dignidad y que ha sido victimizada una y otra vez en estos 20 años, en los que no ha dejado de luchar para dejar atrás el festín de muerte protagonizado por los paramilitares en su casa grande.

Los periodistas de EL HERALDO, que se adentraron en los recuerdos de las víctimas y en su melancólico presente, comprobaron cómo siguen abiertas las heridas de quienes decidieron volver y de quienes aún permanecen en el exilio. Son numerosas las acciones en materia de verdad, justicia, reparación, garantías de no repetición y cumplimiento de derechos que siguen pendientes por parte del Estado. Un estigma de abandono e indiferencia que continúa lacerando el frágil corazón de estos compatriotas en los que persiste un terror desmoralizante. Invisibilizar su tragedia nos acerca a la intencionalidad de sus victimarios y allana el camino de quienes están reeditando esta masacre a cuentagotas con el asesinato de los líderes sociales.

Hoy en El HERALDO nos acercamos al pasado y a la vida actual de El Salado a partir de los testimonios de los sobrevivientes y de uno de los responsables de la masacre. Queremos contribuir, desde el periodismo, a la construcción de la memoria histórica que tanto reclaman los salaeros, a quienes reconocemos su coraje y resistencia 20 años después del “espectáculo del horror” que padecieron. EF