Nuestro café es ‘amargo’, pero es nuestro café. Por más que el Bayern Munich sea una máquina imparable que despliega el mejor fútbol y bombardea de goles a sus rivales, no es mejor que Junior. No en el sentimiento, en la emoción, en el orgullo, en el sentido de pertenencia, en la pasión y en el amor que puede despertar el equipo tiburón en los caribeños que lo siguen con una devoción arraigada.

Sí, es cierto, Bayern, Liverpool, Real Madrid, PSG, Manchester City y Barcelona, entre otros, con sus amplias chequeras, suelen armar verdaderos equipazos y cada vez son más cercanos en medio de esta aldea global. Los podemos ver tanto como a Junior, sabemos de Lionel Messi igual que de Teófilo Gutiérrez, pero no cabe duda de que el corazón late más fuerte y el júbilo es mayor cuando la divisa que representa a nuestra ciudad, a nuestro departamento, a toda nuestra región, es la que juega y gana.

Lo mismo aplica para los bogotanos que siguen a Millonarios y Santa Fe, para los antioqueños que adoran a Nacional y a Medellín, para los caleños que alientan al Deportivo Cali y al América.

El regreso del fútbol profesional colombiano, con la disputa del primer duelo por la Superliga entre Junior y América, anoche en el Romelio Martínez, no es solo el reencuentro con el deporte más popular del país, es el abrazo con uno de los afectos especiales que nos había arrebatado la pandemia del coronavirus, es otro paso que se da en los intentos por retomar lo que nos pertenecía y que nos fue suprimido de repente.

Casi seis meses después, Junior volvió a jugar un partido de fútbol y en la ciudad, en medio de la reactivación que viene avanzando después de días bastante adversos y oscuros, se apreció un aura diferente con el solo hecho de ver a la gente en la calle con la camiseta rojiblanca puesta. Es como si hubiese retornado un pedazo de nosotros, como si se le pusiera color a un lienzo que estaba en blanco y negro.

Ancianos, adultos, jóvenes, adolescentes, niños y hasta bebés vestidos de rojiblancos. Era una escena a la que estábamos acostumbrados antes de la emergencia sanitaria y que de un momento a otro se apagó. Del rigor, la organización y disciplina de los jugadores, entrenadores, árbitros, dirigentes y de todos los protagonistas de este espectáculo deportivo depende que la actividad que tanto extrañábamos siga encendida en esta ‘nueva normalidad’.

Después de muchos dimes y diretes entre los directivos del balompié nacional, de negativas y exigencias del Gobierno nacional, del cumplimiento de un estricto protocolo de bioseguridad, de reuniones, de cambio de mando en la Dimayor y de todo un largo proceso con varios tropiezos, el balón volvió a rodar y el país lo celebra, más allá de las falencias deportivas y administrativas que puedan existir.

Todos los ojos futboleros de Colombia se posaron anoche sobre el Romelio Martínez. Regresó la acción de una pasión que nunca se fue. De momento será frente a la pantalla del televisor y no en la tribuna. Paso a paso, poco a poco, la pandemia tampoco se ha ido.

Pasaron exactamente cinco meses y 24 días para que volviéramos a saborear el incomparable sabor de lo nuestro, amargo o dulce, es lo nuestro.