Ni una sola mujer está entre los seis empresarios más importantes del año en Colombia del diario económico La República, que destacó la resiliencia con la que estos directivos preservaron el empleo y mejoraron sus resultados en medio de la pandemia convirtiéndose en “ejemplo de la tenacidad, búsqueda de crecimiento e inversión social de las compañías donde operan”, entre ellos el COO o Director de Operaciones de la empresa barranquillera Tecnoglass, Christian Daes, exaltado por su labor en el Caribe colombiano.
Esta distinción que reconoció las ejecutorias de los galardonados en el difícil 2020 reafirmó la apremiante necesidad de promover en Colombia la inclusión de muchas más mujeres en el mundo corporativo para reivindicar el liderazgo femenino. Bien lo manifestó en su cuenta de Twitter la expresidenta de la Organización Terpel, Sylvia Escobar, una de las más reputadas dirigentes empresariales del país, “la alegría y orgullo de ver estos valiosos empresarios colombianos se ensombrece cuando en el cuadro no figura ni una sola mujer”. No le falta razón. Asegurar la participación efectiva de las mujeres, tanto en la política como en la economía y en lo social, es esencial para alcanzar igualdad plena, democracias paritarias y sociedades sostenibles.
Alicia Bárcena, secretaria ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), en la inauguración de un reciente encuentro regional sobre género resaltó “el coraje, la fuerza, la capacidad, la creatividad de las mujeres y sus organizaciones” en esta coyuntura tan adversa y demandó su inclusión digital y la construcción de una sociedad del cuidado como elementos indispensables para lograr una recuperación igualitaria y sustentable. Sin duda es una apuesta segura: las mujeres tienen que ser parte de todas las estrategias o iniciativas para dejar atrás la actual crisis. Sus aportes no pueden limitarse a roles secundarios o incluso de menor relevancia, es hora de asegurarles posiciones en las juntas directivas y de respaldar sus habilidades y experiencia para ocupar cargos de dirección y liderazgo.
Un análisis del Colegio de Estudios Superiores de Administración (CESA) indicó que en Colombia la “mayoría de compañías no cuentan con una política de equidad de género” que promueva la participación de las mujeres en estos escenarios de poder y toma de decisiones. Una muestra representativa de juntas directivas de 130 empresas reveló que apenas 17% de sus integrantes son mujeres: 142 de un total de 840. Dato alarmante por sí solo, que escandaliza aún más al conocerse que ninguna de las organizaciones consideradas tiene una junta directiva integrada exclusivamente por mujeres, frente a 48 conformadas solo por hombres. Lapidario.
Sin embargo, no se trata de hacer favores para quedar bien o ser políticamente correcto en un contexto de creciente equidad de género, sino de reconocer los impactos cuantitativos y cualitativos de la participación de las mujeres en estos espacios como el incremento en la rentabilidad de las empresas, un mejor comportamiento ético y menor propensión al fraude, o su mayor compromiso social con sus grupos de interés. Está claro que la diversidad de género en los altos cargos representa un gana-gana en todo sentido porque rompe paradigmas y transforma positivamente a la sociedad.
Comprometerse con la equidad de género empresarial guarda un mensaje poderoso para las niñas de este país que no merecen ser oprimidas por infranqueables techos de cristal que limiten sus sueños. Trabajar por lograr una participación de al menos el 30% de mujeres en las juntas directivas debe ser un propósito nacional que contribuya al empoderamiento femenino y sirva para eliminar la intolerable desventaja de la mujer en el ámbito laboral colombiano cerrando brechas y asegurando su inclusión en los asuntos clave que definen el rumbo del país.