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A Joan Pons Laplana, un enfermero catalán que vivió en primera persona la agonía de sus pacientes enfermos de Covid a los que acompañó en sus últimos momentos en una unidad de cuidados intensivos en Inglaterra, le pudo más el odio contra el virus que su propio miedo a fallecer como consecuencia de los efectos colaterales de la vacuna experimental de Oxford que se dejó inocular hace 8 semanas.

Devastado por la soledad de estas personas a punto de perder la batalla contra un virus cruel e implacable que no les permitía despedirse de sus seres más amados, Pons terminó reconvertido en padre, esposo, hijo, hermano y mejor amigo. Su duelo repetido hasta el cansancio físico, psicológico y emocional lo impulsó a comprometerse en lo que hiciera falta para poner un alto a una vida insípida marcada por la distancia y la desconfianza en la que hasta lo más simple como darse un abrazo ya no es posible. El único remedio al mal sueño que la humanidad vive desde el año pasado por cuenta del diminuto ser de 160 nanómetros de tamaño llamado corona es una vacuna. Por eso no lo pensó dos veces para ser uno de los miles de voluntarios en los que la Universidad de Oxford prueba la eficacia de su vacuna.

Aferrado a la esperanza que él mismo lleva dentro desde hace dos meses, Joan cuenta las horas para que a principios de septiembre concluyan las pruebas clínicas de la vacuna, se confirme su seguridad y se demuestre que es efectiva. Su desbordante optimismo lo lleva a soñar con un 2021 que pase a la historia como el “Año Internacional de los Abrazos”, pero además dice que se siente bien y que los exámenes preliminares revelan que la vacuna desarrolla anticuerpos y células T, claves porque aportan inmunidad contra el virus.

Este enfermero es una ilusión andante. Pero como frente al Covid se requieren dosis adicionales de confianza, Rusia asegura que concluyó las pruebas clínicas de su primera vacuna y alista una serie de documentos para dar inicio a la etapa de registro. En apenas 10 días, el ministro de Salud confirma que la vacuna será enviada a distintas regiones de su país para comenzar la inmunización del personal de salud y los docentes y a más tardar en octubre arrancarán una campaña nacional de vacunación.

Con este anuncio Rusia se pone a la cabeza de la carrera por lograr la vacuna contra el virus, en la que también puntean los proyectos de investigación de Moderna, que está siendo probada en 30 mil personas en Estados Unidos durante su fase 3; la de Oxford, de la que forma parte Joan Pons, y la china. La Organización Mundial de la Salud, prudente frente a estos significativos avances, estima que una vacuna estará lista para su comercialización “en la primera parte de 2021”, como muy pronto y reitera que los efectos de la pandemia durarán largo tiempo. La debacle económica que arruina la vida de millones de personas en todo el planeta lo confirma a diario. Tristemente para esa catástrofe laboral no hay vacuna.

Ante la incapacidad de garantizar las astronómicas sumas que demanda el desarrollo de una vacuna se requiere ejercer liderazgos políticos y sociales para evitar quedarse fuera del reparto. Colombia le apuesta a la diplomacia sanitaria o científica bajo el liderazgo de la Cancillería para acceder a la vacuna en dos frentes. Por un lado, los embajadores en los países con importantes avances como Estados Unidos, Inglaterra, China o Rusia entraron en contacto con estos gobiernos para facilitar la labor del Ministerio de Salud que tendrá que negociar la vacuna. Por otro, se trabaja en bloque a través de consorcios como Covax, creado por Gavi, la alianza de vacunas de la Organización Mundial de la Salud y la Coalición para las Innovaciones de Preparación para Epidemias. Lograr que la distribución sea lo más equitativa posible es el objetivo. Millones de personas vulnerables de países como Colombia no podrán acceder a la vacuna si esta no es gratuita y universal.

A la espera del día en el que la vacuna esté lista, las sociedades reclaman más que nunca ciudadanos como Joan Pons. Personas que sin esperar ninguna retribución sean capaces de dar un paso al frente en la lucha contra el virus ayudando a los demás a seguir adelante y a superar sus enormes adversidades. Es el camino correcto. Quedarse sentado y esperar, mientras la vida propia y la de tantos permanecen suspendidas, no es opción cuando hay tanto por hacer.