Ni el escalofriante trayecto de casi 270 kilómetros a través de la espesura de una selva inhóspita atestada de criminales ni las fortísimas lluvias de la prolongada e inclemente temporada invernal –antes la movilización esperaba el verano- hacen desistir a miles de migrantes irregulares de cruzar el Tapón del Darién. Tampoco los frenan las muertes de muchos de sus compañeros de correría, al menos 26 este año, casi todas por ahogamiento en los caudalosos ríos que deben sortear en el camino. Entre las más recientes, la de un pequeño de 6 años baleado por asaltantes. Por el contrario, son cada vez más las personas, sobre todo familias enteras, con niños e incluso bebés, las que deciden transitar por allí.
Hasta hoy, 160 mil viajeros –principalmente venezolanos- ya lo han hecho, arriesgando sus vidas para llegar a Panamá y, de ahí, seguir a los Estados Unidos, donde esperan obtener un estatus de protección. Esta dramática cifra supera cualquier registro histórico. También el del año pasado que, con 133 mil personas, había roto todos los récords de la última década. Impensable no hablar de esto. Nada indica, por ahora, que el fenómeno se detendrá en el tramo final de 2022. Todas las previsiones de los organismos humanitarios estiman que, al cierre de un año especialmente complejo en términos de movilidad, más de 200 mil migrantes habrán cruzado la frontera natural entre Colombia y Panamá, tras exponerse a los incesantes peligros de una tierra, literalmente, de nadie, plagada de traficantes.
Ponerle freno a la migración humana a punta de normas, decretos o brutales represiones es un acto falto de realidad. Nada ni nadie, la historia así lo atestigua, ha conseguido contener la voluntad de quienes deciden, al margen de cualquier regulación, hacer uso de su legítimo derecho a desplazarse en pos de más libertades, capacidades u oportunidades de vida digna. Frente a la tragedia sin precedentes en el Darién, la respuesta regional es la mejor salida. Establecer convenios de cooperación entre los países de origen, Venezuela, Haití y Ecuador, por ejemplo, con los de tránsito, Colombia y Panamá, además con el destinario final de estos flujos, Estados Unidos, podría ser determinante para mitigar los efectos de la creciente presión migratoria. En especial, todo el horror de los abusos físicos y sexuales, además de otras violaciones de derechos humanos que la política de la muerte impone a esta población.
No existe una única fórmula para pactar el control de fronteras, pero está claro que se deben explorar acciones conjuntas para gestionarlas de manera eficiente. Hasta ahora eso no ha sucedido. Algunas voces señalan que la normalización de las relaciones con Venezuela podría aumentar el tránsito de migrantes irregulares hacia Estados Unidos, a través del Darién. Si bien es cierto que la migración pendular, esa que a diario circula entre los dos países, se beneficiará con las garantías de seguridad restauradas en los pasos limítrofes, también resulta evidente que quienes decidan migrar a Norteamérica lo tendrán más fácil. En cierta medida, la percepción de que Washington ha flexibilizado sus restricciones frente a los migrantes también está actuando como un ‘efecto llamada’, que ha aumentado el tránsito por la peligrosa ruta.
Son muchos los retos que el actual gobierno de Gustavo Petro tiene por delante en esta materia. La Bitácora Migratoria, de la Universidad del Rosario y la Fundación Konrad Adenauer, señala al menos 10. Se resumen en uno solo: no se puede seguir relegando este crucial asunto del discurso gubernamental. Tras la puesta en marcha del Estatuto Temporal de Protección, un acierto del anterior Ejecutivo, apremia definir políticas públicas o acciones concretas para fortalecer la integración de los migrantes, derribando barreras que aún persisten, enfrentando brotes de xenofobia y asegurando condiciones para los ciudadanos de la diáspora colombiana y venezolana, a ambos lados de la frontera. Esta crisis en expansión no solo necesita recursos en cantidades significativas, también liderazgo y coordinación para ahuyentar los vergonzosos discursos de gobiernos inanes que insisten en que no cuentan con margen de actuación. Lo cual no es razonable. Unos podrán hacer más que otros, pero lo que no se debe tolerar es que nadie haga nada, mientras miles se aventuran a morir persiguiendo un futuro posible.