La crisis invernal desbordó las instituciones
El invierno se recrudece y muestra su peor cara de los últimos años con registros históricos de lluvias y duras emergencias. Aún la situación puede ser peor. Urge que los actores del Sistema Nacional de Gestión del Riesgo de Desastres acuerden soluciones urgentes, pese a la estrechez económica.
Las tensiones acompañaron el encuentro entre el director de la Unidad Nacional de Gestión del Riesgo (Ungrd), Javier Pava, y los alcaldes de los municipios más afectados por la crisis invernal en el Atlántico. Era de esperarse que sucediera. Necesitados de soluciones urgentes y además, exhaustos por meses de encarar una racha de emergencias que mantienen en precarias condiciones a miles de personas en sus territorios, los mandatarios no recibieron las respuestas inmediatas o soluciones definitivas que esperaban. Al menos, eso fue lo que algunos de ellos señalaron, en los casos de Palmar de Varela y Candelaria, tras retirarse antes del término de la reunión celebrada en la Gobernación el pasado sábado.
Ante la magnitud de las inundaciones, estragos o destrozos dejados por las persistentes y fortísimas lluvias de la actual temporada, como lo señaló literalmente el alcalde de Baranoa, él y muchos otros de sus colegas se reconocen “impotentes”, “con las manos atadas” y “desesperados”. Hace rato el manejo de esta dramática situación se les salió de control debido al devastador impacto del fenómeno de La Niña. Su capacidad institucional para atender las recurrentes crisis que suman a diario más damnificados se desbordó, como también ha ocurrido con arroyos, canales, humedales y otros cuerpos de agua. Semejante llovedera hunde en una angustia permanente a miles de familias, principalmente campesinas que se sienten absolutamente desprotegidas, como las que viven en inmediaciones del Embalse del Guájaro y el Canal del Dique.
Alcaldes de una decena de municipios, sobre todo del sur del Atlántico, al igual que la gobernadora Elsa Noguera lanzaron hace casi dos semanas un SOS al Gobierno nacional para que sumara más esfuerzos, pero sobre todo recursos, con el propósito de reforzar las indispensables labores de mitigación. Llevar a cabo trabajos con maquinaria, motobombas y otras intervenciones prioritarias, como drenajes, en plata blanca, supera los $30 mil millones. Hasta el momento, se han invertido $8 mil millones en distintos planes de contingencia. Sin embargo, en medio de emergencias cada vez más críticas ocasionadas por el deterioro de vías, colapso de puentes o alcantarillados e inundaciones por crecientes súbitas, como las de este fin de semana, ya no hay de dónde más raspar la olla. Duro escenario porque en las próximas semanas, lo que viene es agua y, como se ha visto, en cantidades realmente significativas. La incertidumbre es grande.
Si la Unidad Nacional de Gestión del Riesgo o instancias del orden nacional no se meten la mano al bolsillo, difícilmente se podrá dar continuidad a obras hidráulicas, limpieza de canales, mantenimientos, intervenciones de vías u otras acciones previstas para enfrentar el brutal impacto de esta ola invernal. Claramente, el Atlántico, el resto de la Costa, y del país deben avanzar hacia la adaptación climática, el ordenamiento territorial alrededor del agua o la reubicación de comunidades en zonas de amortiguación. No podemos repetir de manera indefinida tragedias invernales que serán gradualmente más frecuentes y ruinosas. Pero, por el momento, los actores del Sistema Nacional de Gestión del Riesgo de Desastres, con el liderazgo constructivo de la Ungrd, tienen que acelerar la puesta en marcha de soluciones en el corto y mediano plazo, basadas en el interés colectivo. La absoluta crudeza de esta crisis así se los exige.
Cada caso de reasentamiento deberá ser estudiado en particular. Sin duda, las comunidades ejercerán comprensibles resistencias que demandarán construir espacios de confianza. Parece lógico que sin una adecuada planificación –sobre todo, consensuada-, robusta financiación para comprar nuevas tierras y mecanismos que aseguren el desarrollo de medios de subsistencia o proyectos productivos, cualquier iniciativa de esta naturaleza será impracticable. Este es un momento crítico en el que las reacciones compulsivas no contribuirán a superar las tensiones. Los hechos son tozudos y no cabe ninguna puja. Cada nueva emergencia adiciona más dificultad a una crisis que no se cerrará por un largo tiempo. Nada cambiará de repente esa realidad que exige trabajo conjunto y menos prevenciones de sus protagonistas.
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