El Editorial | Actuamos peor que bestias
No podemos seguir aferrados a la brutalidad contra los animales. Frente a la barbarie que revela la irracionalidad de los maltratadores, la sociedad debe levantar la voz para asegurar protección de estos seres sintientes y castigo para los victimarios. Educar en valores es clave.
La proliferación de pavorosos ataques dirigidos a lastimar, agredir e incluso acabar con la vida de animales domésticos revela lo peor de la crueldad humana. Lamentablemente, al menos tres aberrantes hechos de maltrato contra estos indefensos seres sintientes, denunciados en los últimos días, han tenido lugar en la región Caribe. En el primer caso, Pumba –un perro labrador de 8 años- fue torturado, atacado a machetazos y sepultado mientras agonizaba, en zona rural de Chinú, Córdoba. Nunca había ocasionado un incidente, era juguetón y amigable, por eso su cuidadora no se explica por qué tanta sevicia. “Lo mataron por placer y sin razón”, se lamenta.
Quien es capaz de ensañarse de manera tan atroz contra un ser claramente en un nivel inferior, dentro de la escala evolutiva, quebrantando todos los límites de la cordura, requiere una atención urgente. Si no recibe una intervención a tiempo, su próximo blanco podría ser un semejante. Está demostrado que el abuso animal es un indicativo de conductas que constituyen una amenaza para el conjunto de la sociedad que nadie debería consentir.
No menos grave fue el segundo episodio registrado en Santa Marta. A diferencia de lo ocurrido con Pumba, en este caso la salvaje agresión de una horda de desalmados contra un perro ‘criollito’ -al que amarraron para golpear sin piedad- quedó grabada en video. Por su brutalidad, las imágenes se hicieron virales en cuestión de horas. Las escenas son absolutamente impactantes, pero todavía más aterradora es la historia detrás de tan miserable acción. $10 mil ofreció el esposo de una mujer, supuestamente mordida por el perro, como recompensa por su cabeza. Una respuesta emocional desproporcionada convertida en un hecho de extrema violencia que buscaba obtener satisfacción, si es que cabe calificarla así, en el dolor del perro que, a causa de la golpiza, perdió un ojo. Difícil encontrar peor vileza.
Como si estas expresiones de conducta violenta e irracional contra los animales no fueran lo suficientemente demostrativas ya del exceso de inhumanidad de nuestra sociedad, en Valledupar un hombre mató a machetazos a los tres cachorros de una perrita callejera que, en un acto de instinto animal, habría intentado morder a una niña de 8 años que se acercó a sus crías. En un insensato acto de venganza, el enfurecido agresor -quien resultó ser el padre de la pequeña- trató de matar a la perra, pero terminó asesinando a sus cachorros. Usar la violencia contra los animales o minimizar la gravedad de estos episodios envía un demoledor mensaje a los menores de edad que identifican en sus padres y cuidadores el modelo ético y moral a replicar a lo largo de sus vidas. No es posible educar a los niños para una existencia en la que prime la convivencia pacífica, la tolerancia y el respeto si están rodeados de indolencia o indiferencia en su relación con los animales.
Más allá de la indignación ciudadana que estremece las redes sociales tras cada nuevo caso, cabe preguntarse si la justicia está actuando a tiempo contra los agresores. Pese a que el Grupo Gelma de la Fiscalía ha logrado más de 60 condenas por maltrato animal, entre 2020 y 2021, la ciudadanía estima que la inmensa mayoría de los ataques y abusos quedan en la impunidad. Incluso en zonas distantes de los centros urbanos, ni siquiera los denunciantes encuentran respuesta de las autoridades que no cuentan con herramientas para adelantar investigaciones ni mucho menos para sancionar a los responsables de los maltratos. Como tantas veces ocurre en Colombia, la normatividad se queda en ‘papel mojado’ y deben ser las fundaciones u organizaciones defensoras de los derechos de los animales las que actúen para garantizar protección u ofrecer refugio.
Basta ya de tolerar esta barbarie. Con qué superioridad moral, uno de nuestra especie agrede con un machete a un perro o lanza agua caliente a un gato, mientras otros trogloditas lo celebran. Eso es insano y, además, conducente a gravísimos comportamientos de violencia social, porque quien actúa así de cruel con seres tan débiles, escasamente será capaz de empatizar con sus congéneres. Como sociedad, urge educar sobre el valor de cuidar a los animales -también a la fauna silvestre- imponiendo condiciones de respeto hacia ellos. Si finalmente lo logramos, estaremos dando los pasos necesarios para enmendar el desenfrenado sinvivir que nos lleva a comportarnos peor que bestias.
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