
El Editorial | Una crisis en otra crisis
Fortalecer la prevención y el tratamiento del VIH debe ser una meta global para evitar importantes retrocesos en esta lucha como consecuencia del coronavirus.
690 mil personas murieron en el mundo por causas relacionadas con el sida durante 2019. De ellas, 110 mil no habían cumplido los nueve años. Otros 320 mil niños y adolescentes se infectaron de VIH el año pasado elevando a 2,8 millones el número de menores de edad que viven con el virus. Una población extremadamente vulnerable que, a juicio de Unicef, se está quedando atrás en esta lucha porque no cuenta con acceso oportuno y garantizado a medicamentos antirretrovirales, especialmente en África Central, América Latina y el Caribe, donde la cobertura pediátrica es bastante precaria.
A la intolerable discriminación y estigmatización que afronta la gran mayoría de las 40 millones de personas infectadas a nivel global, se le suma ahora el evidente retroceso de los avances alcanzados en los últimos años por las devastadoras consecuencias de la pandemia de Covid-19. Una crisis en otra crisis que amenaza con recrudecer las desigualdades en la atención de pacientes VIH por servicios vitales interrumpidos o cadenas de abastecimiento de medicinas suspendidas durante los meses más duros del confinamiento.
En un 50% cayó, en la primera parte de este año, el número de personas diagnosticadas con VIH, pero no como resultado de una menor incidencia del virus, sino por la falta de dictámenes médicos en plena expansión de la Covid-19. Naciones Unidas anticipa escenarios y estima entre 120 mil y 300 mil infecciones adicionales de VIH entre 2020 y 2022, además de las que se producen cada año. Este registro fue de 1,7 millones en 2019. Con la nueva evaluación, se pone en entredicho la consecución de los objetivos trazados en la lucha contra el sida, entre ellos que la enfermedad deje de ser una amenaza contra la salud pública en 2030.
La falta de inversión en salud ha puesto en evidencia las debilidades de los sistemas sanitarios en decenas de países a la hora de enfrentar la arremetida del coronavirus. Una lección que debería ser aprendida por Gobiernos y organismos internacionales para no seguir abriendo brechas cuando se trata de dar respuesta a las necesidades de las personas diagnosticadas con VIH, en particular los menores de edad que siguen infectándose y muriendo a gran velocidad. Mucho antes de la pandemia, el VIH causaba enormes estragos y después de tantos años, todavía no existe una vacuna contra el virus, así que millones de vida continúan en un elevado riesgo en todo el planeta.
También en Colombia, donde se reportan, entre 1985 y 2019, 163.849 casos de infección por VIH/sida, de ellos 15.908 el año pasado, lo que equivale a una tasa de 30 casos por 100.000 habitantes, según el Ministerio de Salud. Una epidemia que en territorio nacional se mantiene con bajas prevalencias en población general y concentrada, según las autoridades sanitarias, en “hombres que se relacionan sexualmente con hombres y en mujeres transgénero”.
Seguir trabajando por fortalecer la prevención y el tratamiento del VIH es la apuesta correcta, incluso bajo la presión de la Covid-19. No es aceptable que 12 millones de personas afectadas de VIH/sida sigan sin recibir ningún tipo de asistencia y en muchos países aún persistan leyes discriminatorias contra las personas portadoras. La actual pandemia ha puesto sobre la mesa la urgencia de avanzar en reformas a la salud para garantizar una mayor protección y cobertura sanitaria a pacientes con distintas enfermedades, entre ellos los diagnosticados con VIH, y con prioridad, los niños a quienes se les transmitió el virus durante la gestación. Si hay detección a tiempo e inicio de terapia antirretroviral oportuna, estos menores tendrán muchas más posibilidades de llegar a la edad adulta. Que la pandemia de Covid-19 no aplace mucho más la meta de un mundo libre de VIH.
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