El mundo se aproxima a una catástrofe humanitaria por el impacto socioeconómico de la pandemia de Covid-19 que desencadenará mucha más pobreza, desigualdad e inestabilidad entre los más vulnerables. Mujeres, jóvenes y empleados con las remuneraciones más bajas y quienes devengaban su sustento de la informalidad han resultado seriamente afectados por la falta de ingresos, consecuencia de la pérdida masiva de puestos de trabajo, cierre de empresas y reducción de salarios. Sin mecanismos de protección social que amortiguaran la caída de su actividad económica, los perniciosos efectos de la crisis agravaron su situación de pobreza arrinconándolos a un sufrimiento masivo y sometiéndolos a una las peores caras de la exclusión: el hambre.
El Programa Mundial de Alimentos (PMA), Premio Nobel de Paz 2020, estima que 235 millones de personas necesitarán ayuda para sobrevivir en 2021, el mayor incremento de los últimos años resultado de la recesión económica, y alrededor de 920 millones afrontarán hambre crónica. Cifras absolutamente inaceptables que comprometen la meta de erradicar este flagelo en 2030, de acuerdo con el Objetivo de Desarrollo Sostenible “Hambre Cero”.
La inseguridad alimentaria que afectaba a 191 millones de personas en América Latina y el Caribe, el 30% del total de sus habitantes antes de la pandemia, experimentará un incremento de tal magnitud que se podrían perder 30 años de progresos en esta titánica lucha. Una tragedia insondable que ampliará las brechas de precariedad laboral e inequidad social provocando el colapso de sistemas de educación y salud y el recrudecimiento de violencias contra niñas y mujeres.
Nadie puede perder de vista esta realidad tan angustiosa ni mucho quedarse impasible ante el drama que se acelera delante de nosotros, a pocas cuadras de nuestras casas y sitios de trabajo. Como consecuencia de la crisis, el 56% de los residentes en Barranquilla y su área metropolitana dejó de consumir las tres comidas diarias ante la imposibilidad de comprar alimentos. Un porcentaje que, antes de la pandemia, era del 12%, según la encuesta Pulso Social del Dane. Entre los más afectados por la actual coyuntura están los campesinos del Atlántico, duramente golpeados por la falta de opciones para vender sus cosechas a buen precio por la baja demanda y además, aquejados por los rigores de las lluvias y recientes fenómenos climáticos.
Todos tenemos una responsabilidad compartida en medio del infortunio desatado por la onda expansiva del virus. En este tiempo de profunda perplejidad, actuar con solidaridad para minimizar sus devastadores efectos es una apuesta segura que proporcionará alivio y esperanza a los más frágiles.
Navidad Sin Hambre, una iniciativa de gremios económicos, empresas y entidades sin ánimo de lucro de Barranquilla y el Atlántico, convoca a los ciudadanos y al sector empresarial a realizar donaciones en especie o en dinero con un doble propósito: garantizar la seguridad alimentaria de hogares vulnerables e impulsar la reactivación agrícola del departamento. Se aspira recaudar $500 millones para adquirir las cosechas de los campesinos del departamento y entregarlas a las familias de Barranquilla y municipios cercanos que sufren hambre al no contar con suficientes recursos para comprar sus alimentos diarios. Pastoral Social, la organización Nu3 y la Cruz Roja aportarán su experiencia y conocimiento para gestionar los aportes.
Demasiadas personas de nuestro entorno la están pasando realmente mal. Su recuperación se demorará quién sabe cuánto. Tenderles una mano ahora es la única forma de mantenerlas a flote. Nuestra sociedad ha expresado en otras oportunidades complejas una ejemplar capacidad solidaria. Es momento de volver a demostrarla.