Cuatro mortíferos motines: uno en febrero, otro en julio, uno en septiembre y el de la semana pasada ya no son solo hechos aislados en los que han sido asesinados más de 320 presos, sino que se constituyen en una crisis carcelaria sin precedentes para Ecuador. Las falencias que han llevado a estos sanguinarios desenlaces están por todos lados.

Por una parte se evidencia un sistema desbordado, con 65 centros carcelarios para todo el territorio y que cuentan con capacidad de albergar a 30.000 reclusos, pero donde en realidad se aposentan casi 40.000, un 30 % más de su límite.

En Guayas 1, por ejemplo, que fue la cárcel donde sucedió el más reciente motín, se albergan 8.500 reclusos, una sobrepoblación del 60 %.

En otro frente se encuentra la disminución del presupuesto de parte del Gobierno a la atención de los reos, que varios internacionalistas han alertado en diferentes ocasiones y que no permite la solución de problemáticas inaplazables que se presentan dentro de las cárceles, incluyendo temas de seguridad, que hace tiempo pasó de estar en manos de la policía a ser dirigida por el Servicio Nacional de Atención Integral a Personas Adultas Privadas de la Libertad y a Adolescentes Infractores (SNAI), un órgano autónomo que se ocupa de la vigilancia con civiles formados como guías penitenciarios.

El SNAI es el mismo organismo que en septiembre pasado denunció que solo cuenta con 1.500 guardias y se necesitan unos 4.500 para cubrir el sistema.

A este frente se deben sumar las falencias en materia de avance en los procesos de los reos, pues del total que hay en todo el país, al menos 15.000 se encuentran recluidos sin una sentencia y a la espera de una orden judicial que les dé razón de su futuro y en consecuencia descongestione el sistema.

Por otro lado están también las guerras de bandas delincuenciales que se desatan dentro de las cárceles por el control del poder y del narcotráfico, y que además están apadrinadas por los tentáculos de carteles internacionales como el de Jalisco y Sinaloa, en México.

Ya no se ven únicamente dos bandos en disputa, sino que, como es el caso de Guayas 1, se han detectado hasta 4 o 5 organizaciones que operan y se enfrentan dentro de un solo centro de reclusión (Tiguerones, los Lobos, los Chonekillers y los Latin King, entre otras).

En ese sentido es poca la humanidad que se respeta dentro de cada cárcel. Incineraciones, decapitaciones y desmembramientos se han convertido en la manera de mostrarse poder entre los mismos reos y frente a un Estado que parece haberse quedado inoperante y doblegado ante semejante bomba de tiempo que clama por acciones urgentes antes de que continúe reinando la barbarie y la tablajería.

El llamado es también a la comunidad internacional para que actúe de dinamizador y procure porque se garanticen los derechos a la vida, la integridad personal y la seguridad de los presos, que, en ningún caso, han perdido por el hecho de estar recluidos.