La multiplicada y divulgada entrevista que concedió el presidente Gustavo Petro el pasado 20 de octubre al periodista Daniel Coronell no hizo más que reconfirmar categóricamente y sin ambages el perfil narcisista en extremo del jefe de Estado colombiano, quien sin rubor alguno expresó que le gustaría ser inolvidable. “Lo digo con orgullo, mis palabras trascienden”.

Y claro que trascienden, pero de qué manera y con qué costo para el país cuyos habitantes le entregaron el poder para gobernar y conducir sus destinos. Tanto va el cántaro al agua que las palabras, repetitivas por demás, del mandatario colombiano cuestionando y criticando a su homólogo de Estados Unidos terminaron cumpliendo con el evidente propósito que tenían: Donald Trump subió a su ring al presidente Petro y le concedió caballo de batalla política y electoral a nueve meses de terminar su mandato y en la previa de la consulta de su coalición de gobierno que se cumplió este domingo 26 de octubre, también en medio de una convulsionada tormenta política y de la absolución del principal opositor de Petro, el expresidente Álvaro Uribe.

Pero volviendo a Estados Unidos, cada palabra, cada declaración, cada publicación en X, antes Twitter, solo atizó y continúa atizando un fuego imposible de sofocar, pues la contraparte que tiene en su manos y en sus decisiones buena parte de la suerte y del comportamiento económico de Colombia, Donald Trump, es distante ideológicamente de nuestro mandatario, pero muy cercano en las formas de proceder.

Trump está en lo suyo, implementando, gusten o no, sus estrategias para presionar decisiones y actuaciones de otros gobiernos del continente y del planeta. En el caso de Colombia le corresponde a Gustavo Petro atemperarse y actuar con la sabiduría y la prudencia necesarias, haciendo uso de las herramientas y los canales diplomáticos para buscar una salida a una crisis que amenaza la estabilidad de millones de colombianos.

El Gobierno de Estados Unidos ha enfilado las baterías contra el presidente colombiano, a quien insiste en llamar “líder del nacrotráfico”, “lunático” y “mal tipo”, incluyéndolo en la Lista Clinton junto con su esposa, Verónica Alcocer, su hijo mayo Nicolás Petro Burgos y su ministro del Interior, el barranquillero Armando Benedetti.

Por cuenta de su inquina contra Trump, le está saliendo muy caro a Petro el deseo de trascender y ser inolvidable, pero para mal. Claro que pasará a la historia por ser el primero, y hasta ahora el único, presidente colombiano en ser incluido en la vergonzosa lista de personas comprometidas con negocios ilegales asociados al tráfico de drogas.

Este fin de semana el secretario de Estado de EE. UU., Marco Rubio, señaló que su país y la Administración Trump han decidido personalizar las acciones contra el presidente Petro y su círculo cercano, en busca de no afectar al pueblo colombiano ni a su economía y en procura de mantener las relaciones bilaterales con el que históricamente ha sido su principal aliado en el continente.

No obstante, Gustavo Petro es el presidente de Colombia, fue elegido para gobernar hasta el 6 de agosto de 2026 y a ello debería dedicarse, a entregar las soluciones, a tomar las decisiones que Colombia necesita para no sucumbir en un mar de problemas como el de la seguridad, por ejemplo, cada vez más en jaque por cuenta de la fracasada paz total que no ha llegado a buen puerto, pero sí está dejando una estela de conflictos en todo el territorio nacional.

El pasaporte colombiano no puede ser motivo, nuevamente, de vergüenza para quienes nacimos en esta tierra. Aunque las sanciones se hayan personalizado, estar en la mira de Estados Unidos por cuenta del nacrotráfico y con recortes a la ayuda contra esa lucha le hace un grave daño a la nación. No nos digamos mentiras, Colombia no está en capacidad de andar ‘pateando la lonchera’ y requiere todo el apoyo financiero, de inteligencia y de capacidades para retomar la lucha contra el delito y las rentas ilegales. Prudencia, presidente: Usted es la cabeza del país hasta el 7 de agosto de 2026.