El premio Nobel de la Paz 2025 otorgado a la líder opositora María Corina Machado es un merecido reconocimiento al bravo pueblo de Venezuela. A esos millones de seres humanos que han resistido con dignidad admirable la oprobiosa represión de una dictadura cada día más brutal que durante más de 25 años ha cercenado sus libertades, desatado oleadas de violencia estatal sin precedentes, secuestrado por completo la institucionalidad y arrojado a la otrora próspera nación –vecina de Colombia- a una profunda crisis social y humanitaria.

En medio de circunstancias tan extremas impuestas por el autoritarismo, antes de Chávez, ahora de Maduro y sus secuaces, María Corina siempre ha levantado su indoblegable voz en defensa de la democracia. Lo ha hecho a través de un poderoso mensaje de no violencia, coherencia y liderazgo ético y valiente que la catapultó a ser un referente internacional de la resistencia pacífica, ejemplo de coraje individual que paga a un costo personal muy alto.

Como principal estandarte del movimiento opositor de Venezuela, María Corina renovó en sus compatriotas la fe, también la esperanza, de que la voluntad ciudadana es el único instrumento posible de cambio. Incluso bloqueada, inhabilitada políticamente y perseguida, persistió en su causa con gran determinación y habilidad política hasta lograr la movilización electoral más importante de la última década contra el autocrático régimen del chavismo.

Su osada decisión de no abandonar su país, de permanecer en la clandestinidad –como lo ha hecho durante los últimos nueves meses- luego de que Maduro se robara las elecciones de 2024 es otra muestra de su entereza como una dirigente unificadora, comprometida en edificar para Venezuela un camino viable hacia una transición justa de retorno democrático.

Con esta decisión aplaudida a nivel global, salvo excepciones, como la de la Administración Trump que parece haberse quedado con el brindis ensayado, el Comité Nobel ejecutó una carambola a tres bandas. En primer lugar, enalteció la trayectoria de María Corina Machado, a quien reconoció “su incansable labor en la promoción de los derechos democráticos del pueblo y su lucha por lograr una transición justa y pacífica de la dictadura a la democracia”.

En segunda instancia, legitimó o revitalizó a la oposición venezolana, diezmada por la salvaje represión de la dictadura: un premio que equivale a oxígeno moral para quienes dentro del país o exiliados forzosamente se niegan a resignarse ante los abusos de un gobierno fallido.

Y en tercer lugar, el Nobel incrementa la presión contra Maduro y sus cómplices. Desnuda aún más su carácter autoritario a escala internacional, mientras refuerza la denuncia del fraude electoral que cometieron el 28 de julio de 2024, por si aún quedaba alguna duda. Es otra forma de exponer sus reprochables atropellos contra los derechos y libertades de los venezolanos, subrayando de alguna manera que sus crímenes no deberán quedar impunes.

En definitiva, y no menos importante, este galardón tan acertado se convierte además en un llamado de atención por el alarmante retroceso de la democracia en el mundo. Ante la deriva de líderes cada vez más autoritarios o populistas que ganan terreno, desinformando o polarizando para erosionar la cohesión social e intentar recortar derechos ciudadanos, la figura de María Corina emerge como un testimonio de que los valores fundamentales del Estado de Derecho: justicia, libertad, igualdad, derechos humanos, deben ser defendidos con absoluta firmeza. La democracia no se mendiga, se conquista a diario porque no es una garantía perpetua. El doloroso caso de Venezuela debe ser un espejo para jamás olvidarlo.

Sin paz no hay libertad. Sin justicia no hay democracia. María Corina lo sabe bien. Por eso, al comprometerse a seguir trabajando para concluir su tarea de ver una Venezuela libre, aseguró que “están en el umbral de la libertad”. Su causa justa, necesaria, es universal. De ahí que cruce fronteras e inspire a quienes se oponen a la opresión, venga de donde venga.

Como la nobel de Paz indicó con firmeza, en un claro mensaje a los gobiernos que respaldan a la dictadura de Venezuela, como el de Gustavo Petro: “Ya no hay excusa”. Es hora de que Maduro y su pandilla salgan del poder de una forma pacífica, sin dar más largas a su infamia.