Si alguien está realmente complacido con la revocatoria de la visa del presidente Petro es él mismo. Su calculada estrategia de tensar la cuerda con Estados Unidos hasta romperla para ‘venderse’ como una víctima del Gobierno de Donald Trump le salió redonda. Ahora, ya cuenta con munición política adicional para elevar su tono agresivo o insultante contra la potencia mundial, en aras de obtener un beneficio electoral a su favor en un año decisivo.
En su lógica aplastante de alentar la confrontación, de exaltar el conflicto, a través del uso de un lenguaje violento que amplifique el relato populista amigo vs. enemigo, Petro quiere marcar diferencias con quienes estima sus adversarios, en este caso en asuntos de política exterior, para ganar ventajas electorales. Pelear con la Administración de Estados Unidos, como lo ha hecho con instituciones, gremios o la prensa en nuestro país, le resulta rentable.
Como su esquema mental se reduce únicamente a crear trifulcas por doquier, en su interés de polarizar para validar o alargar su cuarto de hora en el poder, Petro justifica su narrativa violenta en la búsqueda de la justicia social o la paz en Colombia y en el mundo. Autoerigido en prócer internacional, capitalizó en Nueva York la disputa que se ha esforzado en escalar con Estados Unidos, al convertir en una crisis cada ítem de la relación bilateral: migrantes, aranceles, lucha antidrogas o descertificación. Pues, su premeditada provocación funcionó.
Sin embargo, conviene precisar que el retiro de la visa al mandatario no es una violación de las normas de inmunidad diplomática ni un gesto de soberbia del imperialismo yanqui. Tampoco, una sanción o un castigo por defender la causa palestina. Es, lisa y llanamente, la consecuencia de un acto inamistoso, una irrespetuosa injerencia en la soberanía de otro país, con obvios fines políticos. Como si fuera un activista más y no el máximo representante del Estado colombiano, Petro instó en plena vía pública a los soldados estadounidenses a desobedecer a su comandante en jefe, el presidente Donald Trump. Ni más ni menos.
Este hecho de clara insubordinación militar, que el Departamento de Estado consideró una “incitación a la violencia” y una “acción imprudente e incendiaria”, se tipifica en esa nación como un crimen. Indudablemente, Petro traspasó una línea roja que desencadenó una previsible reacción política. Lo hizo adrede durante una manifestación a favor del pueblo palestino y en contra del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, a quien delegaciones de todo el mundo dejaron hablando solo en el recinto de Naciones Unidas, como una forma de expresar su repudio contra la atroz matanza que el ejército de su país perpetra en Gaza.
Esa es una posición legítima de la comunidad internacional y en el escenario más apropiado. Así que, contrario a lo que las huestes petristas defienden, lo de su líder supremo no fue un acto heroico, sino una orquestada e irresponsable maniobra de efectos impredecibles para los intereses de la nación y de quienes —como demócratas— la defendemos. No deja además de ser paradójico que Petro, el defensor a ultranza de la paz, llame a conformar un ejército de “hombres y mujeres entrenados y armados”, del que él haría parte, para pacificar Gaza. ¿Al fin qué? ¿Quiere la paz o defiende el uso de la violencia para alcanzarla? Es incoherente.
Quienes arremeten contra la decisión de Washington, solo imaginen a Trump, subido en ‘La Bestia’, su carro presidencial en la Plaza de Bolívar, de Bogotá, incitando a nuestras fuerzas armadas a desobedecer a Petro, su comandante en jefe, para fumigar vía aérea con glifosato los cultivos de coca en Cauca o Nariño, y capturar con fines de extradición a los jefes de grupos armados ilegales que hoy están sentados en mesas de negociación con su Gobierno.
¿Cómo reaccionaría Petro ante semejante injerencia autoritaria de un líder extranjero en suelo colombiano? Y aunque el chiste se cuenta solo, lo cierto es que la desgastada relación entre el gobernante y su círculo de confianza con la administración republicana no le augura un sereno fin de mandato. Si en su temerario intento de alimentar su narrativa de víctima de Estados Unidos o de contradictor de Trump, el mandatario persiste en cruzar los límites de la legalidad, la diplomacia o la responsabilidad institucional e instrumentaliza la política exterior del país para su propio beneficio, el retiro de su visa podría ser apenas el comienzo.
Petro no dará marcha atrás ahora que, arrastrado por su activismo radical, abandonó por completo su rol de jefe de Estado que representa la unidad nacional ante el mundo. Su megalomanía lo supera y pone en riesgo la estabilidad del país. Estados Unidos sabe quién nos gobierna. Lo ha dicho públicamente. Aun así, es una vergüenza que el presidente esté más interesado en su ‘épica personal’ que en las consecuencias de sus actos. Lo que está en riesgo es mucho más serio que su próxima visita al Pato Donald. Es el destino de Colombia.