Santa Marta celebró sus 500 años rindiendo honores a su histórico pasado colonial y con la mirada puesta en un auténtico futuro posible, en el que pueda superar sus principales retos.
Ha sido una conmemoración apoteósica con una intensa agenda de actos institucionales, rituales espirituales, multitudinarios conciertos gratuitos, eventos culturales y festivos para todos los públicos.
La consigna era una sola: homenajear a ‘la Perla de América’, la ciudad más antigua de Colombia, fundada por el español Rodrigo de Bastidas el 29 de julio de 1525.
Pues, no han defraudado. Santa Marta se convirtió por estos días en el ‘Corazón del Mundo’. Tal cual lo proclamaron la suma de voces, sonidos y ritmos que exaltaron en playas, sitios emblemáticos y espacios sagrados de la Línea Negra toda la riqueza étnica y sincretismo cultural de sus comunidades y, especialmente, la profunda cosmovisión ancestral de sus pueblos indígenas, los arhuacos, los kankuamos, los koguis y los wiwas, de la Sierra Nevada.
Ese universo de memoria viva, resistencia, valentía, orgullo e identidad caribeña ha hecho de Santa Marta una ciudad singular que tiene mucho que aportar al desarrollo de Colombia, como la notable capital turística que es.
Desde su vecina Barranquilla, no podemos menos que lamentar que en el curso de su historia reciente no fuera lo suficientemente escuchada ni tenida en cuenta. En ocasiones, ni siquiera por su propia dirigencia política, que no ha estado a la altura de sus desafíos. En particular, de su irresoluble problema de saneamiento básico, derivado de un deficiente sistema de acueducto y alcantarillado que ya acumula generaciones.
Ahora que este aniversario tan significativo ha puesto en el foco nacional a Santa Marta, es indispensable exigirles a los gobiernos nacional y local que pasen de las promesas vacías o palabras bonitas a los hechos. Los samarios, los dueños de casa, como sus visitantes –cuatro millones lo hicieron el año anterior vía aérea- no pueden esperar otros 500 años para tener servicio de agua potable 24/7 y un manejo adecuado de las residuales. Es lo mínimo que se merece este destino vacacional por excelencia, el tercero más demandado del país, que muestra un significativo crecimiento del 25 % anual en construcción con vocación turística.
En un imprescindible choque de cruda realidad, a propósito de la conmemoración, dos ilustres samarios coincidieron en nostalgias y querellas en las páginas de EL HERALDO. El sociólogo e historiador Édgar Rey Sinning y el periodista y escritor Alberto Linero destacaron la gloriosa belleza natural de una ciudad inigualable, enmarcada en las 27 playas de su Mar Caribe, el río Magdalena, la majestuosa Sierra Nevada con su Parque Tayrona y la Ciénaga Grande. Hasta ahí, inobjetable.
Los dolorosos corren por cuenta de la negligencia de su dirigencia que, dice el primero, no ha sido capaz de garantizar salidas a sus crisis y de la falta de relación de cuidado y amor con el territorio por descuido o desinterés, indica el segundo, quien extraña un “proyecto de ciudad que agrupe a las distintas orillas políticas y sociales”.
Tienen razón. También es cierto que en los últimos años Santa Marta ha recibido más de 200 mil víctimas de desplazamiento forzado del resto del Caribe y el país, al igual que 60 mil migrantes.
Mal contados equivalen a la tercera parte de su actual censo poblacional, lo cual requiere de esfuerzos adicionales de la gobernanza samaria, tanto pública como privada, para cubrir las necesidades de personas frágiles o en condición de extrema vulnerabilidad.
Cerrar brechas sociales o solventar deudas históricas con quienes nunca se han beneficiado de las bonanzas de Santa Marta, la bananera, la turística o la agroindustrial, no puede ser un asunto a posponer por más tiempo. Los 500 años de una tierra tan privilegiada por su ubicación y recursos naturales deben alumbrar nuevos derroteros para construir una visión de ciudad con cohesión social, libre de populismos o pugnas por poder, que articule a todos sus sectores, en pos de aspiraciones y objetivos a largo plazo, buscando el bienestar común.
¡Felices 500 años, Santa Marta!