El cardenal Robert Francis Prevost, conocido desde ahora con el nombre pontificio de León XIV, es el sucesor de Francisco y como él -solo con su elección - ya ha hecho historia.
Es el primer papa de la Orden de San Agustín y el primero nacido en Estados Unidos, aunque también el mundo pudo confirmar durante su conmovedora aparición en el balcón de la Basílica de San Pedro, en el Vaticano, que su corazón está arraigado en América Latina. Particularmente en Chiclayo, una ciudad costera del norte de Perú, donde, vivió la mayor parte de su vida misionera, evangelizadora, al lado de “un pueblo fiel”, del que aseguró, además en perfecto español, “ha acompañado a su obispo, compartido su fe y dado tanto”.
Más allá de que cada quien tenga su propia interpretación, la palabra que podría resumir la esencia de su mensaje inicial sería esperanza. Y no únicamente para los desafiantes tiempos de tensiones o divisiones geopolíticas que corren, también para la Iglesia católica.
León XIV no será una copia de Francisco, eso fue evidente luego de verlo recuperar la vestimenta de presentación que Bergoglio rechazó en su primer día. Sin embargo, su vehemente llamado a la paz, a la unidad, a “construir puentes de diálogo, sin miedo, de la mano de Dios para avanzar hacia delante” es el augurio de su firme vocación de continuidad que mantendrá la senda de una Iglesia sinodal que “camina, busca la paz, la caridad y está cerca de los que sufren”. Legado indiscutible de su antecesor, a quien agradeció por su “valentía”.
Ciertamente, Prevost, ahora León XIV, fue ungido por el mismo Francisco. Lo hizo en el 2023 cuando en una sorpresiva apuesta lo nombró como el poderoso Prefecto del Dicasterio de los Obispos. Esa posición crucial le permitió tejer lazos con todo el universo eclesial que lo reconoce como una figura moderada, discreta o reservada, con buen manejo de la Curia vaticana, el gobierno de la Iglesia, en gran medida por su carácter agustino y por haber sido el superior global de su congregación. Es por tanto un gestor con solvencia teológica, talante misionero y una cualidad excepcional: sirve de puente entre sectores distintos y distantes.
Por el apoteósico recibimiento de los fieles católicos al nuevo obispo de Roma, el Colegio Cardenalicio no defraudó en su decisiva elección. Rasgo a rasgo, León XIV encaja en el perfil que delineó durante sus reuniones previas al cónclave. Un “pastor cercano a la vida, dialogante, capaz de construir relaciones con los diferentes mundos religiosos y culturales, para hacer frente a una humanidad desorientada y marcada por la crisis del orden mundial”.
Nadie duda de que los retos o deberes que le esperan son monumentales. Y el nuevo Vicario de Cristo lo sabe, pues los conoce de primera mano por su cercanía con Francisco. Se da por descontado que será un pontífice misionero, que saldrá en defensa de los derechos de marginados, excluidos o migrantes en las periferias, como lo ha hecho desde siempre. Su aperturismo o humanismo no se discuten, lo que está aún por verse es si dará un paso más en la democratización de la Iglesia, y si lo hará con perspectiva de género, para reforzar la filosofía progresista de Francisco, en términos políticos, sociales, económicos o ecológicos.
Es evidente que como al argentino, las fuerzas conservadoras de la jerarquía católica no se lo pondrán fácil.
No obstante, después de la elección queda cierto alivio de que ya no habrá vuelta atrás. La escogencia del conciliador Prevost, el menos polarizante de los cardenales estadounidenses, cabría suponer que por su multicultural ascendencia francesa, italiana y española o por su orgullosamente adquirida nacionalidad peruana, le envía a su nación y al resto del mundo una señal definitiva sobre la gradual e imparable renovación de la Iglesia.
El matemático políglota que ahora se sienta en el Trono de San Pedro, quien pasó por Barranquilla en el 2002, haciendo gala de la humilde sencillez de un pacifista convencido de que el mal no prevalecerá, eligió su nombre pastoral con enorme acierto. El último papa que lo usó, León XIII, fue el artífice de la Doctrina Social de la Iglesia, mediante la encíclica Rerum Novarum, que definió derechos de los trabajadores y obligaciones de los gobiernos con los más pobres. El Trump que tenga oídos que oiga. La era de León XIV ha comenzado.