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Avanza el año, e instalados como estamos en la primera semana de mayo los colombianos aún esperan señales alentadoras que les permitan un respiro, así sea ligero, en la opresiva escalada que lleva el costo de vida.
Ninguna medida de las hasta ahora adoptadas detiene la desbocada carrera de precios de alimentos y bebidas, principales responsables de la inflación interanual que llegó a 9,23 % en abril, el indicador más alto de los últimos 22 años. Tasa inesperada, hasta para los analistas más avezados, que ha superado el adverso impacto de la carestía registrado en otros momentos complejos, como el paro camionero de 2016 o el fenómeno de La Niña de 2010, según reconoció el Dane.
El Banco de la República no tuvo más remedio que aumentar su pronóstico de inflación para el cierre de 2022, situándolo en 7,1 % desde el 4,3 % que inicialmente había previsto. Los hechos son tozudos.
Por un lado, las presiones externas, entre ellas la cada vez más enrevesada guerra en Ucrania y los efectos de la política “cero covid” en China sobre transporte marítimo y cadenas productivas a nivel global, en jaque desde 2021 como consecuencia de la parálisis por la pandemia. Una ‘tormenta perfecta’ que ha jalonado al alza el valor internacional de “bienes e insumos agrícolas, la energía y el petróleo”, desencadenando incrementos en los fertilizantes, por ejemplo.
Por consiguiente, nos enfrentamos a un escenario poco optimista al que debe sumársele el progresivo repunte del dólar, otro elemento que sigue sin tocar techo.
Entre los factores locales, que también han disparado el IPC y que son igual de preocupantes, aparecen la temporada de lluvias que, según el Ideam, se prolongará hasta julio, lo que afectaría aún más el valor de alimentos.
Inevitablemente, esas alzas tan pronunciadas en el arroz, la carne de res o la leche están siendo trasladadas por los restaurantes, bares y hoteles a sus clientes, que ya venían pagando más por los productos debido a la reactivación del impuesto al consumo desde principios de año. De hecho, el sector gastronómico es el segundo que más impulsa la inflación en abril, solo por detrás del de los alimentos.
Nada más nuestro que el corrientazo: un plato popular elevado a la categoría de manjar esquivo por la galopante inflación. En una estrategia para conservar clientes, los dueños de restaurantes reducen porciones o varían componentes para no subir más su valor. Sin embargo, sus sucesivos incrementos, impagables ya para un creciente número de personas, retratan el difícil momento que soportan los hogares de la clase trabajadora, en el que la plata no alcanza por el deterioro de su capacidad adquisitiva. Por no hablar de las familias pobres, las más golpeadas por esta situación dramática, que las ha llevado a aguantar física hambre. En su caso, el costo de vida anualizado alcanza un insufrible 11,26 %.
Barranquilla, con un costo de vida de 10,64 % en la variación anual, se ubicó en el puesto 10 entre las 23 ciudades medidas por el Dane. Al igual que en otras capitales de la Costa, como Santa Marta, que encabeza el listado, o Riohacha, situada entre las seis primeras, la electricidad es uno de los renglones que más pesa en el cálculo final de la inflación. No es de extrañar. Este es un problema que envejeció mal y no tiene solución en el corto plazo. Así las cosas, sin remedio eficaz para este dolor de cabeza, nadie parece librarse de las consecuencias de la asfixiante carestía, que en el apartado de tenderos y comerciantes, solo por citar uno en particular, los lleva por el camino de la amargura al ver esfumarse sus clientes.
Si nos atenemos a los pronósticos del Banco de la República, lo mejor no está por venir. Antes de junio, por lo menos, la inflación no cederá. Productos importados difícilmente bajarán de precio en el resto del año y los de aseo e higiene –cuando acabe la emergencia sanitaria– subirán más por la reversión de la rebaja del IVA. ¿Difícil panorama? Sin duda, y a eso hay que añadirle el impacto de la decisión que, más temprano que tarde, deberá tomar el Gobierno nacional sobre el precio de los combustibles –congelados para no hacer más daño– y por supuesto, los posibles nubarrones por la incertidumbre electoral que no es poca a menos de un mes para la primera vuelta presidencial.
No queda más que paciencia y aguante porque retornar a los índices de inflación de 2 % a 4 %, solo sería posible en el inicio de 2024, como pronto, si no pasa algo inesperado, y bien sabemos que en Colombia cualquier sorpresa no grata puede ocurrir.