Demasiadas personas lo han perdido todo durante la pandemia, incluso la esperanza de alcanzar una vida digna. La emergencia sanitaria agravó la situación socioeconómica de familias enteras, en especial de las más vulnerables, dejándolas expuestas a problemáticas estructurales asociadas a inseguridad alimentaria, precariedad laboral, dificultades para obtener ingresos, crisis de vivienda, deserción educativa, peor acceso a servicios de salud, y un doloroso etcétera que se traduce en un apabullante aumento de la pobreza y la exclusión social. Indiscutiblemente, las sociedades contemporáneas afrontan hoy una catástrofe humana con demoledores impactos en el largo plazo que exige respuestas inmediatas de los gobernantes, pero también de las fuerzas que las componen, en el propósito de renovar, cuanto antes, el contrato social con los más pobres. Si la política no se centra en asegurar el bienestar de los más necesitados, no será posible retomar la confianza, la igualdad, la justicia o la solidaridad, valores esenciales a la hora de enfrentar los fantasmas de la incertidumbre, el descontento y la falta de perspectivas de futuro, sobre todo entre los jóvenes que exacerban desequilibrios y fragilidades.

La pandemia, con sus ruinosos efectos socioeconómicos, disparó la pobreza e informalidad en Barranquilla, ensañándose en particular con jóvenes, mujeres cabeza de familia, jefes de hogar con baja cualificación profesional y población migrante. El Pulso Social del Dane, en su reporte de mayo a julio, indicó que solo el 26,3 % de los hogares de la ciudad tenía posibilidades de comer tres veces al día, mientras 7 de cada 10 familias señalaba que su condición económica había empeorado durante el último año. Indicadores que retratan la dramática realidad de personas que desafían, a diario, todo tipo de dificultades para sobrevivir. La recuperación económica está en curso, eso sin duda, pero aún no garantiza ingresos sostenibles para todos, y además no se descarta el regreso de nuevas restricciones debido a una eventual cuarta ola del virus, contemplada por el propio Ministerio de Salud para octubre. Por tanto, si se quiere evitar un escenario de futuro aún peor, al Distrito le corresponde acelerar la puesta en marcha de una robusta intervención que ofrezca, si cabe el término, un ‘escudo social’ urgente a las personas con mayor riesgo de caer en pobreza extrema. En paralelo, se debe trabajar en el reforzamiento de estrategias de formación educativa, trabajo y empleabilidad con oportunidades para todos. Hay que dar los pasos que hagan falta en el arduo camino para construir y recuperar, en el mediano plazo, condiciones de bienestar para la gente de Barranquilla y los migrantes residentes en la ciudad. A esta población, la pandemia no le puede arrebatar su legítimo deseo de integrarse.

Atender a los más vulnerables, poniendo a su disposición mecanismos que los liberen de las trampas de la pobreza, no solo es lo moralmente deseable, sino una forma de prevenir las consecuencias derivadas de esta condición, como la violencia intrafamiliar, el trabajo infantil, la adicción a sustancias sicoactivas, el embarazo adolescente o la delincuencia juvenil. El papel de la Alcaldía en esta etapa es crucial, pero su sola gestión política o social no será suficiente para hacer frente a la creciente desigualdad, resultado de la pandemia. El sector privado también es responsable en la titánica tarea de reducir las brechas de pobreza que nos dividen en la ciudad. El recién suscrito Pacto por el Desarrollo Social de Barranquilla suma los esfuerzos, capacidades y recursos del Distrito con 20 fundaciones privadas para encauzar intereses comunes, en el objetivo de asegurar un futuro válido y estable para la gente más pobre. Es una buena iniciativa que merece conseguir todos los apoyos posibles para revertir el actual drama.

La exitosa alianza de los sectores público-privado de Barranquilla, reconocida como jalonador de progreso económico, es una sólida apuesta solidaria para trabajar por el desarrollo social de los ciudadanos que se quedaron atrás por esta inédita crisis. Es momento de devolverles algo de esperanza, cumpliéndoles lo que se les ofrece. Ningún compromiso tendrá valor, si las personas no ven resultados que se traduzcan en bienestar, prosperidad e inclusión en sus vidas.