Es imposible hablar de la cultura colombiana sin referirse a él. A ese genio de la creación que nos enseñó que las historias más elementales del terruño merecen ser contadas, y cantadas, como si fuesen grandes relatos míticos y preservadas celosamente como reliquias de generación en generación.

Nos referimos, por supuesto, al maestro Rafael Escalona, uno de los compositores colombianos más grandes de todos los tiempos, de quien ayer se cumplieron 10 años de su partida.

Nada hubiera sido igual en el folclor de nuestro país sin la aparición providencial de ese hombre nacido el 26 de mayo de 1927 en Patillal (entonces parte del Magdalena Grande), séptimo hijo de Clemente Escalona Labarcés, coronel de la Guerra de los Mil Días, y Margarita Martínez Celedón.

Rafael Escalona tuvo una habilidad única para convertir casi cada episodio de su vida y de su entorno en relatos dignos de pasar a la historia. Así, por ejemplo, su relación con el pintor Jaime Molina, nacida en los remotos tiempos de Patillal, dejó un himno incomparable a la amistad que comienza: “Recuerdo que Jaime Molina, cuando estaba borracho, ponía esta condición: si yo moría primero él me hacía un retrato, y si él se moría primero le sacaba un son”.

De su paso por el Liceo Celedón en Santa Marta quedó la canción ‘El testamento’. De la misteriosa desaparición de una reliquia en una iglesia surgió la ingeniosa ‘La custodia de Badillo’.

De la zozobra que vivió su amigo ‘Tite’ Socarrás cuando un buque de la armada golpeó el contrabando “en la Guajira arriba”, quedó ‘El Almirante Padilla’. Y así se podrían citar decenas de joyas que dejó Escalona en un legado monumental que Colombia nunca terminará de agradecerle.

Su talento inconmensurable como juglar llamó la atención de las grandes figuras intelectuales y políticas de nuestro país. Empezando por Gabriel García Márquez, que en ‘Cien años de soledad’ lo inmortalizó con su referencia a “los cantos de Rafael Escalona, el sobrino del obispo” (en alusión al tío del compositor, que dio nombre al Liceo Celedón).

Fue también célebre su amistad con el presidente liberal Alfonso López Michelsen, con quien creó, junto a otra de sus grandes amigas, Consuelo Araújo Noguera, el Festival de la Leyenda Vallenata, que acaba de cumplir 52 años.

Todo tributo, por muy sentido que sea, será insuficiente para agradecer a Escalona el tesoro cultural que nos dejó a los costeños y a todos los colombianos. Por muchos años que pasen, y gracias a las enseñanzas y orientaciones del maestro, seguiremos visitando juntos a Ada Luz en su casa en el aire; constataremos, una y otra vez, que las penas de amor no se curan con mejoral, y pediremos a la severa Juana Arias que deje tranquila a su nieta enamorada de un “dueño e’ carro”.