Algo no marcha bien en la democracia de un país cuando la participación para elegir el órgano legislativo apenas supera el 43%, como acaba de ocurrir en las elecciones al Congreso de Colombia.
Esa preocupación la expresó ayer el jefe de la Misión de la Veeduría Electoral de la Organización de Estados Americanos (OEA), el exministro chileno José Antonio Viera-Gallo, que supervisó, al frente de un equipo de 27 expertos, el desarrollo de los comicios al Congreso del pasado domingo.
Viera-Gallo recomendó a las instituciones colombianas analizar el fenómeno del elevado abstencionismo electoral en el país y las invitó a estudiar distintas alternativas para incentivar la participación en los comicios, sin excluir del debate la implantación del voto obligatorio, que ya existe en diversos países, como Argentina, Brasil, Ecuador, Perú, Uruguay o, fuera de Latinoamérica, Luxemburgo y Australia. También sugirió el exministro chileno la posibilidad de revisar el diseño del tarjetón electoral, el cual, desde su punto de vista, resultó confuso y no facilita al elector el ejercicio de su derecho al voto.
Existe en el ámbito académico una vieja discusión sobre qué tan grave es realmente la baja participación electoral y, especialmente, sobre la cifra a partir de la cual debe considerarse preocupante el nivel de abstencionismo. La opinión mayoritaria es que la participación electoral suele ser reflejo de una sociedad más equilibrada y justa en materia social y económica. No sorprende, en ese sentido, que el Índice de Desarrollo Humano que publica anualmente la ONU muestre que, en términos generales, existe una correlación entre participación electoral y bienestar del país. Nos referimos a países que no tienen voto obligatorio y que, además, no son dictaduras, las cuales suelen atar las cosas para que en sus ‘elecciones’ participe el 100% de la población.
Las autoridades colombianas, si de verdad están comprometidas con el desarrollo y mejoramiento de la democracia, deben tomarse muy en serio el mensaje de la veeduría de la OEA y no excluir del debate ninguna alternativa. Con respecto a la conveniencia o no del voto obligatorio existen viejas discrepancias entre los expertos, pero no estará de más analizar sus efectos en los países donde se encuentra implantado, con el fin de extraer las conclusiones pertinentes. Por supuesto que hay muchas otras opciones para estimular la participación electoral, como por ejemplo la realización de campañas sostenidas en el tiempo para concientizar a los ciudadanos sobre el potencial transformador de la realidad que tiene el voto.
Es natural que muchos políticos y gobernantes, habituados a llegar al poder mediante el voto cautivo y el tráfico de conciencias, no muestren mucho entusiasmo para fomentar el voto libre e independiente, pues ello puede arruinarles el ‘negocio’. Sin embargo, algo hay que hacer con urgencia para que la desafección de los ciudadanos deje de crecer. Y para que en un futuro no tengamos que lamentar que la debilidad de la democracia sea aprovechada por demagogos o populistas para irrumpir en la escena política.