Condensamos de entrada y de plano que este añejo columnista deportivo ya no tiene ni la mitad del entusiasmo y la devoción como cuando devoraba todo lo concerniente al béisbol de las Grandes Ligas de los Estados Unidos, que para aquellos años 40, 50 y 60 no había espectáculo deportivo en el entero mundo de entonces que pudiera darse las manos con el gran pasatiempo americano.
¿Explicaciones para ese descenso emocional? No las tenemos. Un poco de fatiga y desinterés determinado por el padre tiempo, así como la necesidad de huir de la especialidad por un solo deporte, lo cual recorta bastante los horizontes de los comentaristas deportivos. Y cuando se pretende vivir profesionalmente, lo que bastante ayuda es la profusión deportiva, no la actividad ‘Uniqueña’, esto es, metido de cabeza en béisbol, fútbol o cualquier otro role.
Por eso hoy por hoy, en el béisbol de las Ligas Mayores, hay figuras de cierto relieve que ni siquiera se nos graban en la retina. No es así el caso del pitcher cubano Aroldis Chapman, un hombre que causó sensación desde cuando discutía condiciones laborales con los clubes beisboleros y ya mostraba una macabilada de padre y señor nuestro, hasta haber conseguido la suma más alta que pitcher alguno de Latinoamérica hubiese llegado a la Gran Carpa.
Chapman trató inicialmente de fugarse de Cuba y lo agarraron. Y lo que dicen o decían las autoridades comunistas de la Isla: el que intenta esa ‘marranada’ queda excluido para siempre del béisbol. Pero no se sabe de qué se valió Chapman para disipar la rabia contra él de los ‘comuñangas’ (se llegó a decir que había implicado a varios elementos que tienen que ver con la fuga de boxeadores y peloteros cubanos), pero lo cierto es que fue perdonado.
Y más que eso, fue incluido en el equipo que Cuba mandó a Holanda a participar en un torneo internacional. ¡Epa! ¿Con que esas tenemos? ¡Ahí te van dolencias, Casimira!, como decían los ‘ñeros’ de otros tiempos. Chapman levantó la mota en Holanda y pasó a España; de ésta a un lugar próximo a EU y ya mandarlo al regazo de los musiules era cuestión de cantar y coser. Chapman, con sus lanzamientos por encima de las cien millas por hora, tiene el piso tachonado de diamantes.
Lo que nos tiene sorprendidos ha sido el cambio producido por los coachs e instructores americanos, que convirtieron un pitcher abridor todo el tiempo, en taponero o cerrador, como les llaman ahora. Claro está, primero le enseñaron a conquistar un buen porcentaje de control, pues Chapman, como todo lanzador de alta velocidad, era un saco de bolas malas y listo para pisar la tabla del montículo...
Y fue así como tenemos a Chapman yendo al rescate de los colegas levantados a palo. Chapman rueda en Cincinnati en Mercedes Benz convertibles, cuando en Cuba no rodaba ni una carretilla de escombros. Así es la vida..!
Palestra deportiva, por Chelo De Castro C.