Santiago López Rayo tiene 15 años, vive en Cali y lleva sobre sus hombros algo más que una mochila con libros o un tablero de ajedrez. Carga una historia, un apellido que ya suena en los círculos ajedrecísticos del país.
Desde muy pequeño, Santiago supo lo que era el ajedrez antes incluso de mover una pieza. Creció viendo a su hermana mayor, Isabela López Rayo, una jugadora destacada, entrenar en la liga de su ciudad. A los cinco años, sin que nadie se lo impusiera, comenzó a imitarla, a acompañarla, a absorber ese ambiente donde el silencio, la concentración y la estrategia dominan. Fue casi natural, casi inevitable: el ajedrez se convirtió en su mundo.
Hoy, una década después, Santiago es uno de los referentes de su generación. En la categoría clásica ostenta el mejor Elo de su equipo, aunque él no se apropia de ese título con arrogancia. Reconoce que sus compañeros también destacan en otras modalidades y resalta algo que para él es aún más importante que los números: la cooperación. “No se trata de que solo uno juegue bien, sino que todos demos lo mejor”, dice Santiago, en diálogo con EL HERALDO, con la serenidad que parece haber aprendido en tantas horas frente al tablero.

Sabe que el favoritismo puede ser una carga pesada, más cuando se compite en casa. Barranquilla es sede de la Olimpiada Mundial Juvenil de Ajedrez sub-16 y, aunque en el ranking de Elo no lideran, Santiago cree firmemente en el potencial de su equipo. No le tiembla la voz al asegurar que, más allá de los números, lo que determina los torneos es la unión del grupo y el estado mental de cada jugador. “En muchos torneos de estos el Elo no influye tanto”, asegura.
Cuando se le pregunta por sus metas, no duda: quiere ser ‘Gran Maestro’. No lo dice como un sueño lejano, sino como un objetivo claro, medido, planificado. Y lo tiene tan presente que incluso la universidad, ese camino casi inevitable para muchos adolescentes, no figura entre sus prioridades por ahora. Le gusta la tecnología, sí, pero no se ve siguiendo una carrera convencional. Si todo sale bien, su camino será el ajedrez. “Todavía no he pensado qué voy a estudiar. Me gusta, por ejemplo, la tecnología, pero no sé. Yo digo que termino el colegio —está en noveno grado— y espero por ahí uno o dos años, y después miro si empiezo a estudiar algo, pero mi objetivo principal ahora mismo es ser Gran Maestro en ajedrez. Yo creo que sí se puede vivir de esto”, expresa.

La relación con su hermana sigue siendo un motor importante. Isabela fue su primer modelo, su referente, su guía. Aunque hoy casi no juegan entre ellos, Santiago cree que ya la ha superado en Elo. Pero no hay rivalidad, sino admiración mutua. Se apoyan, se acompañan, se entienden sin hablar demasiado. “Nos ayudamos el uno al otro”, dice, y en sus palabras se adivina una complicidad que va más allá del tablero.
“Mi hermana me ve muy bien, me apoya en cada uno de los torneos en los que participo. Me ayuda, me manda mensajes de motivación”, dice. “Ahora grandes ya casi no jugamos, pero antes sí. ¿Si ya la superé? Pues, yo creo que sí, realmente creo que ahorita mismo tengo más Elo que ella, pero igual ella es una jugadora muy fuerte. Creo que es chévere tener esa relación de hermanos ahí en el ajedrez”, agrega.
Su recorrido es largo para alguien tan joven. Desde los Juegos Departamentales en Cali, donde ha sido protagonista, hasta títulos internacionales como el Panamericano sub-8, Santiago ha sumado experiencias y trofeos que hablan de una constancia poco común. Campeón nacional en varias ocasiones, su presencia en esta Olimpiada no es casualidad. Es el resultado de años de práctica, de torneos, de derrotas que enseñan y victorias que confirman que va por buen camino.
El ajedrez, para él, no está tan ligado a la matemática como muchos piensan. De hecho, confiesa que no se le da tan bien esa materia en el colegio. Tampoco cree que jugar ajedrez sea sinónimo de ser “inteligente”, al menos no en los términos tradicionales. Cree más bien que “hay un don, una sensibilidad especial, algo difícil de explicar que tienen quienes realmente se conectan con este deporte mental”. Y si hay que definirlo con una palabra, esa sería “concentración”.

El colegio, por ahora, convive con su pasión. Está en noveno grado y no le va mal, aunque su cabeza esté muchas veces en otro lugar. El ajedrez lo absorbe, lo define, lo proyecta. En sus tiempos libres, juega fútbol —es hincha del Real Madrid— y encuentra allí una distracción, un pasatiempo, pero su verdadera pasión es otra. Frente al tablero, Santiago encuentra no solo un juego, sino un estilo de vida.
En las Olimpiadas, su meta está clara: “un lugar en el podio, un top 3 como equipo”. Sabe que el torneo se juega en formato por equipos —cuatro tableros, cuatro partidas simultáneas—, pero también hay premios individuales. Él apunta a ambos frentes, pero siempre con la idea de sumar para el conjunto.
Santiago López Rayo no tiene prisa, pero tampoco pierde el tiempo. A los 15 años, ya ha recorrido un buen trecho del camino. Con la mirada tranquila y la voz firme, habla como quien ya decidió lo que quiere. No todos los adolescentes tienen esa claridad. Pero él sí. Y mientras otros piensan en qué carrera seguir o qué harán después del colegio, Santiago mueve sus piezas con estrategia, con paciencia y con un objetivo inquebrantable: dar jaque al futuro y convertirse en ‘Gran Maestro’.