La última vez que personifiqué a Leonardo Bevilacqua en la portería, mi padre estaba próximo a morir, para así acabar de paso con los sueños o las ilusiones propias de la niñez.

El legendario arquero de nacionalidad argentina vino a jugar con el equipo de Santa Fe donde salió campeón por allá en los años 60. En esa época el cuadro tiburón no figuraba en los anales del torneo profesional colombiano, razón por la cual en esa búsqueda temprana de ídolos por imitar, nos veíamos en el espejo con los jugadores de la escuadra capitalina, en ese tiempo plagado de rutilantes estrellas. Entonces, éramos de Santa Fe, o de Millonarios.

Mis primos Mario y Ramiro Insignares, junto con mis hermanos Jesús y Antonio nos repartíamos los nombres de los jugadores de acuerdo a la preferencia por la divisa. Unas veces quienes estábamos al lado del cuadro cardenal, personificábamos a Osvaldo Panzzuto, otras veces a Alberto Perazzo, u Omar Lorenzo Devani.

Las estrellas del momento eran los ídolos por imitar. Del lado de Millonarios, que siempre caracterizaban mi hermano Jesús y mi primo Mario, los ídolos que llevaban en el corazón eran Pablo Centurión, Marino Klinger, y Delio Maravilla Gamboa.

La calle de ese entonces en el barrio El Prado, era el estadio para jugar en esas tardes plácidas, lejos de los peligros de hoy. Mi primo Ramiro llevaba las estadísticas de partidos ganados, perdidos, goleadores, y arqueros menos vencidos.

Tan meticuloso era en ese arte de escribir el acontecer bajo la lupa inmodificable de los números, que con el tiempo acumulo un contenido completo de historias y hechos significativos, tanto en el fútbol como en el beisbol de las grandes ligas, en esos días cuando Bob Canel le mostró al mundo con su voz inconfundible los inicios de ese juego de batazos descomunales inmortalizado con números.

Con el pasar del tiempo en esas tardes revestidas de recuerdos inolvidables, salían a relucir aquellos días cuando convertíamos en ídolos personificados a esas estrellas del fútbol que solo conocíamos por los periódicos y revistas de ese entonces. Quizás por ese sentir cuando la vida apenas se asomaba a la ventana, ese recuerdo tiene el sello de imborrable en nuestros corazones.

Añorando en su interior esa esquiva estrella, mi primo Ramiro que aún sueña con los goles de antaño de aquellos ídolos, me llamó para decirme que estaba festejando la nueva estrella de ese equipo inolvidable, fue cuando vino a mi memoria aquella época salpicada de recuerdos, que no dude en escribirla como testimonio de un tiempo imborrable que parece fue ayer.

José Deyongh Salzedo