Cuando hoy día se habla de apuestas literarias, es siempre para referirse a la decisión que toman las casas editoriales de publicar tales o cuales libros o autores, en el entendido de que en ellos arriesgan su inversión.
Así, se dice que 'el sello editorial X le apuesta este año a nuevas novelas de tres escritores consagrados' o, bien, a una serie de autores debutantes, etc.
Pero en el mundo de las letras hay otra clase de apuestas más curiosas e interesantes, cuyo resultado suele ser la generación de una nueva obra que de otro modo no habría existido.
Son las apuestas que se pactan entre dos escritores, o entre un escritor y otra persona que puede pertenecer a otra disciplina de la actividad literaria o artística, y que implican siempre un desafío creativo.
Sin ir más lejos, recuerdo ahora tres casos de la literatura colombiana que pueden servir para ilustrar bien a qué me refiero cuando hablo de este último tipo de apuestas.
No está mal empezar por uno que, a raíz de la reciente muerte de uno de sus protagonistas, debió de haber sido traído a cuento en alguno de los tantos obituarios que de él se publicaron por estos días.
Me refiero a la apuesta que, en una de las muchas conversaciones de amigos mantenidas en México, hicieron Álvaro Mutis y Luis Buñuel; éste sostenía que el muy septentrional género gótico resultaba imposible en el trópico; el otro se propuso demostrarle lo contrario y, para ello, escribió La mansión de Araucaima, que, publicado en 1973, es justamente un 'relato gótico de tierra caliente', como reza su subtítulo.
Al desafiante le gustó tanto el resultado que quiso convertirlo en una de sus maravillosas películas, pero el proyecto nunca se concretó (finalmente, el filme lo realizaría Caliwood).
En 1976, Mutis –que era, por ejemplo, un gran admirador de Melmoth el Errabundo, del irlandés Charles Maturin– declaró que en La mansión de Araucaima quiso 'usar ciertos elementos de la novela gótica tradicional inglesa: la casa donde suceden cosas horribles y tremendas; la construcción, la presentación de los personajes; un cierto tufillo demoníaco en todo, pero inmerso en el trópico'.
Dos décadas atrás, aquí, en Barranquilla, en 1950, Alfonso Fuenmayor apostó con García Márquez a que éste no podría escribir un cuento policial.
A la aceptación del reto por parte del entonces joven cuentista debemos La mujer que llegaba a las seis, que él mismo calificó como 'una apuesta perdida', pero también como 'un victorioso fracaso', para indicar que el cuento quizá no es policial pero que sí es un buen cuento.
Por último, por los años 1920, en algún café bogotano, dos habilidosos sonetistas, José Eustasio Rivera y Miguel Rasch Isla, apostaron a quién de los dos era capaz de escribir los mejores poemas eróticos. El juego lírico lo ganó el barranquillero con La manzana del Edén, una colección de 13 sonetos del más subido tono carnal.
Es obvio: somos los lectores quienes ganamos o perdemos estas apuestas.
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