El Heraldo
Opinión

Una porción de sensatez

Contra todos los pronósticos, Colombia aún guarda una pequeña porción de sensatez que pervive por encima de los fundamentalismos y del ejercicio irracional de la política. Es el salvavidas del que solemos aferrarnos cada vez que la esperanza se desvanece a causa de nuestra ancestral tendencia a decidir en contra de nosotros mismos.

Esa especie de instinto que nos conduce cada tanto a torcerle el cuello al peor de los destinos nos dejará el domingo de elecciones sin un ganador, o, mejor dicho, sin el ganador que podría devolvernos al deplorable estado en el que nos encontrábamos hace una década.

No ganará Iván Duque en primera vuelta, y eso no es poco. Al menos nos compraremos algo de tiempo, el necesario para seguir encontrando las razones que nos permitan elegir otra cosa, la menos mala, la menos vergonzosa, la menos indecente.

Si no existiera en los ciudadanos de este país ese misterioso lugar de los reatos, el triunfo del uribismo sería seguro. Y eligiendo al joven de las canas postizas, de la voz postiza, de las propuestas postizas, el que metería las manos en el fuego para defender la inexistente honorabilidad de su padrino, de su jefe, de su faro, Colombia tendría que asumir el terrible desatino de haber legitimado la violencia, la maldad y la mentira.

Pero no ocurrirá pasado mañana el triunfo de Uribe encarnado en su escudero imberbe. Y ese hecho nos permite pensar en que seremos capaces de parapetarnos en torno a la candidatura del otro, no importa quién sea, y elegir a un presidente en segunda vuelta que, con la idea de cambiarlo todo, o de cambiar algo, o de no cambiar nada, al menos nos garantice que no regresaremos a la oscuridad. 

Esta columna no apela al optimismo irracional, ni a las esperanzas de los ingenuos. Pero sería insensato descartar, a la luz de las proyecciones estadísticas y la interpretación de las opiniones de los ciudadanos de a pie, la seria posibilidad de que Iván Duque no llegue a ser presidente, ni el domingo, ni en un mes, ni nunca. 

Tal vez el tiempo de Uribe está por terminar. Tal vez la porción de sensatez que los colombianos esgrimimos segundos antes de que sobrevenga una verdadera catástrofe, esa extraña forma de la decencia que nos mantiene con vida a pesar de nosotros mismos, pueda defender con éxito las pocas cosas buenas que hemos acumulado a los trancazos. 

En la noche del domingo el país se verá enfrentado, ya por fuera de las elucubraciones, a dos buenas noticias: la primera es la dualidad que, como nunca antes, nos obligará a pensar con seriedad qué es lo que en realidad queremos hacer con nuestras vidas, más allá de las pueriles identificaciones ideológicas; la segunda, por supuesto, es que esa opción será posible gracias a que la poca sensatez que nos quedaba la habremos usado para impedir que Álvaro Uribe regrese al poder sin encontrarse con barricadas de dignidad en el camino.

Jorgei13@hotmail.com

 

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