La modernidad nos trajo la propiedad horizontal y con ella la tortura de convivir en edificios donde la mayoría hace caso omiso de las mínimas normas de convivencia y considera que si el apartamento es suyo, propio o alquilado, posee el derecho absoluto sobre ese espacio y que, por tanto puede y hace lo que le venga en gana, sin consideraciones ni observancia de las normas de la decencia y el bienestar general que deben primar sobre los deseos y acciones de un residente. Así, por ejemplo, trasladar la fiesta donde se alcanzó una inusitada alegría (con o sin aditamentos químicos) a la vivienda propia, en la madrugada, sin siquiera pensar en el resto de habitantes del inmueble, es una faena que merece respuesta inmediata y la produce, no siempre con buenos resultados. No se debe violar el sagrado derecho al descanso de los otros, y, si esos otros manifiestan su molestia es obligación suspender la guachafita.

Sin embargo, el reclamo no produce sino sinsabor, respuestas destempladas y groseras donde se aduce el derecho sobre la propiedad y su privacidad, como si estas fueran ajenas a quien pide respeto. Otras veces, con mirada contrita y cara larga lo aceptan y ponen sordina a su equipo por media hora (para que uno alcance a dormirse) y enseguida el volumen sube a decibelios insoportables. La noche de los vecinos queda vuelta pedazos, y se inicia, quién lo duda, una feroz relación entre reclamante y ruidoso que ha terminado muchas veces de forma azas violenta por el ruido de las armas.

Vivir en comunidad significa ser capaz de desarrollar todas nuestras actividades domésticas produciendo el menor ruido posible, el inevitable, y ser consciente de que no se vive en solitario y que arriba y abajo, así como a los lados, viven personas que no están interesadas en participar de lo nuestro y, por tanto, no debemos imponerles nuestra bulla, así esta sea necesaria, como cuando tenemos que realizar trabajos locativos que no son silenciosos. Lo correcto es convenir con los horarios internacionales de convivencia: 8:00 a 12 m y de 2:00 a 6:00 p.m., para que quienes no están con nosotros puedan almorzar en tranquilidad y sin ruidos. Nunca se debe privilegiar el bolsillo propio, a costas de la tortura auditiva de los demás, tan acostumbrados estamos al ruido plebe y el abuso continuado.

Vivir en comunidad es el arte de la convivencia, no hacer a otro lo que no deseo que me hagan, tratar de evitar perturbar a los demás, así esté dentro del espacio propio y que mis horarios y necesidades no se transformen en tortura para los vecinos. Así, si trabajas en casa y tienes insomnio o debes entregar algo a tiempo, no puedes iniciar golpes y ruidos antes de que los otros inicien el día o después de que la noche haya entrado en pleno. Lo mejor, para quienes no consideran la propiedad horizontal como una comunidad respetable, es residir en casa, donde su desapacible forma de vivir no perturbe a nadie.
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