Entre los comentarios a la columna publicada hace una semana “Gente en contravía”, sobre los dos mártires que beatificará el Papa en Villavicencio, un lector escribió: “el cura de Armero fomentaba el asesinato de Gaitán, no creo que sea mártir, era un cura anticristiano que murió por ello”.
Es la misma justificación que alegaron a gritos los que lincharon al sacerdote. Ni entonces, ni en este mensaje que recibo en mi correo electrónico se menciona, ni se muestra una prueba para sustentar la grave acusación de fomentar un asesinato. Podría haber sucedido: una frase fogosa en algún sermón, una opinión en conversación privada que, de haberse dado, no habrían justificado el brutal linchamiento.
La exaltación de los ánimos en aquel 10 de abril de 1948 explicaba reacciones como esa, aunque no las justificaba. Calmados los ánimos, recuperada la sensatez, aquel asesinato se entendió como una expresión de rabia colectiva que hoy, casi 50 años después, se puede mirar como una atroz equivocación, pero equivocación. Pero en mi lector esa rabia y esa lectura apasionada de los hechos se mantienen, y es el resultado de un proceso que sigue ocurriendo.
Alguien quiere hacerle mal a alguien, oponente político, o deportivo, o de negocios, y acude a un arma efectiva y disponible: las palabras. Así como entonces se hablaba de curas godos, asesinos de liberales, hoy se le puede hacer daño a una persona solo con poner en circulación en las redes sociales, o en un tuit, que es “un violador de niños”, que es distinto de un “violador de derechos humanos”. El violador de niños es un depravado sexual, una acusación que mancha y degrada definitivamente.
La sindicación ligera y calumniosa contra el padre Ramírez acabó en linchamiento, pero no permaneció; hoy se encargan de mantener el estigma de violador de niños las redes sociales, los medios de comunicación.
Hoy esa forma de ataque se ha convertido en arma política, elevada al rango de táctica electoral. No es una perversión personal de alguien que decide atacar de esa manera. Esta clase de calumnias bajeras hacen parte del arsenal que comparten los asesores de los partidos, contratados para aplicar técnicas que lleven a unos triunfos electorales. El viejo consejo de “calumniar que algo queda” ahora tiene aplicación impune si se vuelve estrategia de campaña.
Que el método Trump para atacar a la señora Clinton, entonces los medios sirvieron de altavoz, con una eficacia que no disminuyeron los arrepentimientos tardíos de la prensa.
Mi lector reprodujo el modelo. En 1948 o en 2017 el mecanismo destructor ha mantenido su eficacia: se lanza la información envenenada y cuando ya se ha difundido por el sistema del organismo social se la recoge diciendo que era otro el sentido de la acusación; la versión de tirar la piedra y esconder la mano, como arma política.
Pensar que con armas como estas se hará la campaña de 2018 es anticiparse una pesadilla: por la clase política, capaz de tales niveles de degradación, y por el país que tendrá que sufrirla y padecer las consecuencias.
Jrestrep1@gmail.com.
@JaDaRestrepo
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