Se suele asociar un golpe de Estado con militares, tanques en las calles, helicópteros sobrevolando ciudades y un cambio brusco en la programación de la radio y TV. En la historia mundial ha habido golpes muy violentos, con muchos muertos, y otros casi sin víctimas. Algunos provocaron un cambio de régimen, otros fracasaron. En España también se tiene experiencia de levantamientos contra el orden establecido, como el de Franco en 1936 y la fracasada asonada de 1981. Con el final del proceso contra doce líderes separatistas el miércoles, el Tribunal Supremo debe dirimir ahora si lo que ocurrió en octubre de 2017 en Cataluña constituyó un golpe de Estado y por ello debe condenar a los independentistas por un delito de rebelión a hasta 25 años de cárcel.

Recordemos: el 1 de octubre de 2017 el entonces gobierno de Cataluña en manos de partidos independentistas celebró un referéndum sobre la separación de España, en contra de la prohibición del Tribunal Constitucional, y declaró temporalmente la independencia. Durante la jornada electoral hubo altercados en muchos colegios, donde la gente intentaba evitar que la policía se llevara las urnas, y los agentes respondieron violentamente. En esas semanas hubo otros episodios de enfrentamientos callejeros, incluyendo la agresión de manifestantes a los coches de policía que intentaban recoger información sobre los organizadores del referéndum.

Para la fiscalía del Estado, la violencia por parte de los independentistas fue propia de un “golpe de Estado”. No soy experto en derecho, pero en mi opinión no se sostiene la acusación de rebelión por unos manifestantes violentos. Los independentistas, por su lado, denuncian un “juicio político” y insisten en su total inocencia. Pero lo que hicieron, aunque la rebelión sea una acusación exagerada, no puede pasar impune. Declarar la independencia de una región en contra de las leyes vigentes sería intolerable en cualquier lugar del mundo.

“Nunca lograrán enfrentar a los pueblos de España”, afirmó Jordi Cuixart, uno de los acusados en sus palabras finales ante el Supremo. Suena cínico, porque fueron los dirigentes independentistas como él los que animaron la confrontación al declarar la independencia de forma unilateral, en contra de la otra mitad de la sociedad catalana que no quiere separarse de España, y del conjunto de la ciudadanía española. Pero no le falta razón cuando acusa a los partidos de la derecha en España de avivar más el conflicto. Viven de la polarización aunque en las reciente elecciones no hayan sacado mucho rédito a este discurso.

Otro de los acusados, Oriol Junqueras pidió en el Supremo que el tema vuelva a “la buena política”. Tiene razón en que este conflicto territorial no se puede solucionar en los juzgados. El problema es que la sentencia del caso contra los separatistas, que se espera para octubre, solo servirá para incrementar la tensión porque enfurecerá a unos u otros, dependiendo de si es absolutoria o se confirma la sentencia máxima.

@thiloschafer