Cuando Hamás atacó a Israel y, como consecuencia de este ataque, se recrudeció la guerra entre Palestina e Israel, cobrando vidas de personas inocentes, tanto israelíes como palestinas, advertí que era inapropiado tomar partido. Una cosa es reconocer el sufrimiento del pueblo palestino y la injusticia sistemática de la que han sido víctimas, y otra cosa es mirar con condescendencia los crímenes cometidos por Hamás. En ese mismo sentido, una cosa es rechazar los actos de Hamás y juzgarlo por lo que son, esto es, actos terroristas, y otra cosa es señalar al pueblo palestino como el responsable de estos hechos, desconociendo su historia dentro de todo este contexto. Para claridad de los lectores: Hamás no es el pueblo palestino y no representa a los civiles palestinos, ni a millones de refugiados que han salido de sus territorios por la violencia.

Tanto el pueblo palestino como el israelí han sufrido enormemente con este conflicto, que va más allá de los recientes hechos. Este conflicto tiene diversas razones históricas que abarcan desde lo territorial y lo religioso hasta lo político. Ambos pueblos tienen la profunda convicción de que este territorio les pertenece, y más que hacer juicios de valor que solo sirven para aumentar las tensiones, lo que debería hacer la sociedad internacional es impulsar espacios para la paz y no para la guerra como lo hemos visto en la última semana.

Este carente liderazgo internacional ha provocado que se cuestionen las reglas más elementales de la guerra, principios y valores sobre los que había un aparente consenso que ha terminado por desdibujarse completamente bajo la falsa premisa de que en aras de garantizar la legítima defensa todo se vale. Condenar con vehemencia la muerte de civiles israelíes a manos de Hamás no puede traducirse en un cheque en blanco moral para que el gobierno de Israel acabe con la vida, la libertad y la propiedad privada de los civiles en Gaza. En esta línea, cualquier discurso que de manera explícita o implícita valide la muerte de civiles a la luz del conflicto, es ilegítimo pues se ampara en la muerte de unos para darle validez a la muerte o desplazamiento de otros como si la vida de un pueblo tuviera más valor que la de otro.

No es fácil vivir en un mundo donde tengamos que reiterar que dejar sin agua, sin luz, sin gas y sin acceso a apoyo humanitario para salvar las vidas de niños, niñas, mujeres embarazadas y civiles en Palestina, constituye una violación flagrante del derecho internacional humanitario. Saber que hay personas que leerán esta columna y pensarán, tal vez en silencio, desde lo más profundo de sus entrañas que hay gente que merece morir por esta guerra, es aún un hecho más doloroso que enfrentamos como humanidad.

Pero, para quienes están en medio de los bombardeos viendo cómo se mueren familias completas, para aquellos jóvenes que no saben si vivirán un día más para contar lo que está pasando en Gaza, es aún más desesperanzador saber que en el mundo hay gente que no va a condenar su muerte, que ni siquiera se cuestionarán la moralidad de estos hechos y que lastimosamente para muchos su vida pasará a ser un número.

Una cosa es mantenerse neutral frente a las convicciones que dan lugar a este conflicto; esta es una posición válida y, de hecho, sana si lo que se busca es construir la paz entre ambos pueblos. Otra, muy diferente, es creer que la neutralidad implica justificar la muerte de personas inocentes. En cuanto a la vida y los derechos de los civiles, no hay zonas grises. A quien piense lo contrario, lo invito a revisar si la historia de la violencia no ha sido precisamente eso: legitimar la muerte de personas inocentes bajo lo que se consideraba en su momento por muchos como una razón legítima.

@tatidangond