En el momento de escribir estas líneas Colombia batió récord en la pandemia; 31.65 6casos/día y 573 fallecimientos. Pero el enajenamiento social nos tiene indolentes: ya no importan estas cifras y la soñada inmunidad de rebaño será estampida de carneros bajo el lema: ¡a quien le tocó le tocó! Un país sensato reflexionaría que hacer antes estas cifras que han llevado al colapso de nuestro sistema de salud.

Ayer teníamos ocupación de 100% en camas hospitalarias y no hay disponibilidad en UCI. Pendiente intervenir dos enfermos con tumores cerebrales que lesionan la vía óptica y no los puedo operar pues no hay donde cuidar su postquirúrgico. Hace un par de semanas llegué tarde a quirófano por los trancones que ocasionan los bloqueos. Una urgencia vital: hemorragia cerebral y quería operarle en la ventana terapéutica precoz, las primeras dos horas.

Un atraso de 45 minutos marca la calidad funcional del enfermo que no da espera y aumenta sus posibilidades de vida. Veo en las pupilas tristes del equipo la impotencia y el disgusto de no poder ayudar. El grupo administrativo saltando montes para conseguir la esquiva cama en UCI. Los anestesiólogos ajustándose a la nueva programación que cambia permanente. Habilitando hoteles con las pacientes menos graves y los corredores llenos de silla mientras una cama se desocupa.

Los pacientes de la UCI tienen estancia prolongada, la rotación de camas es lenta. Todo el proceso de lucha y cuando fallecen, el protocolo de preparación para que otro ser humano llegue en condiciones precarias y con una hendija de esperanza. El personal sanitario está dejando el alma en su trabajo, su vocación esta entregada y su capacidad en el límite. Estamos cansados de hacer triage ético y de escoger por quien luchamos y a quien dejamos a merced de la historia natural de la enfermedad. Estos no son relatos de la imaginación o del realismo mágico del caribe que me acompaña. ¡NO! Son los hechos vividos por un neurocirujano sénior en las dos últimas semanas en Bogotá. Solo puede exclamar: ¡Por Dios, déjenos ayudar!

Veo las imágenes de la “Toma de Bogota,9 de junio” por una minoría (0.4% de su población). La primera palabra que me viene: ¡Infames! Mi grupo quirúrgico se sorprendería con esta expresión, después de 40 años de quirófano donde me ha pasado de todo y muy pocas cosas sorprenden. Es el epitafio de la orfandad que sentimos como recurso humano en salud cuando vemos protesta social deformada como ésta.

Actos vandálicos, quema de buses y destrucción de bienes públicos. Es una invitación para endulzar al terroristaSARS-CoV-2. Ataca por todos lados y cuando llega la fuerza pública ya no está. Solo queda la huella: 94 mil muertos 3.6 millones de contagio, como la población de Cali, la destrozada.

Surge una pregunta de sentido común: ¿a quién representan los señores de la invitación? Estos anfitriones, ¿en qué certamen democrático los eligieron? ¿Hubo votación? Llevan malquerencias individuales o consensos incendiarios de grupo. Estrictamente, ¿el sector de la salud está representado? En que mente sensata, con esta situación que están viviendo los hospitales en Bogotá, se le ocurre este anuncio.

Como una patada, echar por la borda el aforo y hacer la actitud delirante: “sálvese quien pueda”. Se dieron el lujo de unir las olas 3,4 y 5. Revolcón epidemiológico señores del paro y cultivadores del caos. Es una diatriba contra Colombia esta diabólica llamada. Si el clamor de la protesta incluye mejorar la salud pública, ¿es necesario crucificar más colombianos?

Hoy, no hay una cama donde atender una urgencia vital en Bogotá: ¿satisfechos?