El pesimismo es sinónimo de desesperanza y se convierte en un sentimiento público generalizado cuando la gente deja de creer en los líderes y en las instituciones. Eso es lo que revela la encuesta de Gallup de febrero en la que el 73% de los encuestados considera que el país va por mal camino.

La corrupción disparó esa percepción. Esta vez, quizá con la mayor desfachatez, se ha puesto en evidencia que el ejercicio de la política en Colombia no se rige por principios básicos de moralidad, y ello explica que se haya impuesto, como regla, ganar como sea. Ya había ocurrido cuando la campaña de Ernesto Samper aceptó dineros del Cartel de Cali. Ahora fueron las campañas de Santos y Zuluaga las que aceptaron dineros de una empresa sobornadora como Odebrecht, burlando los topes electorales.

Ganar como sea en este país se convirtió en un credo, y eso particularmente aplicado a la política terminó por llevarse en banda la democracia, pues redujeron las elecciones a un vulgar intercambio de favores e institucionalizaron la compraventa de votos, una práctica que, en el caso de la Región Caribe, se volvió normal pues se realiza de manera abierta y descarada. Ni se le persigue ni se le castiga con ejemplaridad.

Uno comprende que el mundo de la política es el mundo de la habilidad, de la astucia, de la estrategia, y nadie está pidiendo que los políticos sean la pureza encarnada, la virginidad simbolizada, pero la política debe tener un marco de transparencia, de decencia, sin el cual la democracia no es posible ni viable aunque se cumpla ritualmente, cada cierto tiempo, con el acto de votar.

Una razón que ha reforzado mucho el pesimismo nacional es que el ciudadano de a pie percibe que la Justicia no opera con drasticidad contra la corrupción más encopetada y peligrosa. A los políticos y altos funcionarios del Estado que se enriquecen con lo público y viven como reyes no les pasa nada, y cuando la Justicia actúa solo lo hace selectivamente contra los menos poderosos de la cadena de la corrupción, a quienes algunos medios de comunicación estigmatizan ruidosamente. A los perros más flacos se les pegan las garrapatas. ¿Cuándo diablos la Justicia va a ser igual para todos? Al país, por ejemplo, se le ha vendido el cuento de que la mayor corrupción habita en las regiones y no en el pináculo del poder centralista. Por eso, sin ninguna autoridad moral, el Gobierno Nacional decide tomarse por asalto La Guajira.

Lo grave es que todo ese pesimismo que desencadena la corrupción acrecienta el número de ciudadanos que decide desentenderse y alejarse de la política, recluyéndose en su vida privada y en sus intereses particulares. El pesimismo es mayor cuando un amplio sector de la ciudadanía opta por la inercia política, siendo que para golpear y debilitar la corrupción se requiere una gran movilización social.

@HoracioBrieva