“Nadie creyó en mí”, sentenció ‘Cata’. “Solo yo y mis padres”, afirmó confiada. ¿Quién más?
“No podemos sacar jugadores si no les damos la oportunidad de que jueguen tenis profesional. ¡Pero oportunidad son 10 años!”, dijo.
“Cómo será la presión social hacia los que nos dedicamos al deporte -cuenta-, que cuando quise tener mi primera cuenta bancaria me preguntaron: “¿Profesión?”.
-Deportista- dije generalizando.
-No señorita, ¡profesión!- me regañaron.
-Tenista profesional pues- dije siendo más convincente.
-¡No! ¡Pro-fe-sión! Abogado, ingeniero, médico...
Imagine aguantar eso hasta los 27 años cuando se convirtió en la número 35 del escalafón de la WTA.
“Ahí sí la gente me reconocía ‘graduada’ de tenista profesional. Y ya casi a los 30, cuando estuve en el puesto 70 en dobles, me decían: “¿Volvió a jugar?”. Y a los 35 era: “¿Y usted ya, pa´ que juega?”.
¿Será esa la tranquilidad de la siembra uno del cuadro masculino del Mundial Juvenil de Tenis? Casper Ruud, noruego, hijo de Cristian Ruud, que fue 39 de ATP y top-100 de los 22 a los 28 años. Esa tranquilidad que se genera por aceptación en el entorno a ‘ser deportista’.
La misma tranquilidad de la austríaca Mira Antonitsch, siembra 10 del torneo, hija de Alex Antonitsch, 40 en sencillos y 54 en dobles en el ranking de la ATP en los años 89 y 90.
Ambos de 16 años de edad vinieron de lejos buscando un sueño, como el taiwanés que hablábamos en la columna anterior.
Esa convicción de los padres no es fácil de conseguir en los deportistas. Catalina Castaño tuvo suerte, sus padres entendieron que el alto rendimiento se consigue como a los 27 años. Por eso le pidieron que solo terminara el colegio.
En todo caso, hay muchas tenistas en el circuito femenino con familias vinculadas al deporte profesional. Wozniaki, Randwanska, Zvonareva, Pavluchenkova, Kutnetzova, Petkovic, etc.
Seguro que para ellos fue más fácil aceptarlo. En ellos no hubo Federación, ni Liga, ni entrenadores. Hubo familias que aceptaron que ellas serían ‘deportistas de profesión’.