¡Qué tiempos aquellos!
Fue así como se me ocurrió diseñar y construir una pequeña maqueta metálica en la que por el frente se apreciaba la señalización, y en la posterior, la valla publicitaria de las empresas a las que propondría que me las financiaran.
En este relato solo pretendo que mis lectores de la vieja guardia recuerden cómo era de diferente hacer negocios por allá, por los años 60, 70 y 80 del siglo pasado, y para que mis lectores jóvenes analicen con un solo ejemplo, cómo han cambiado los tiempos, y se trata de un relato real.
Cuando el Ministerio de Transporte estaba construyendo la Circunvalación, averigüé que esta no contaría con señalización informativa de destino, elementos indispensables para orientar a los conductores, y que yo había conocido en 1966 a lo largo y ancho de los Estados Unidos, conduciendo un Pontiac, en un viaje de 120 días que hice a los 21 años. La Circunvalación sería la primera vía rápida de la ciudad, y yo quería que se pareciera a un highway americano. Analicé que la única manera como se podrían financiar esos grandes elementos tipo pasa-vías o muy grandes banderas, sería explotándolos publicitariamente en el lado opuesto a los tableros de señalización, y logré la autorización oficial del Ministerio de Transporte. Pero yo no contaba con los recursos para construirlos. Fue así como se me ocurrió diseñar y construir una pequeña maqueta metálica en la que por el frente se apreciaba la señalización, y en la posterior, la valla publicitaria de las empresas a las que propondría que me las financiaran. Visité a los gerentes de las principales empresas locales, proponiéndoles esa publicidad cívica, con la maquetica en la mano, y solicitándoles unas cartas en las que manifestaran, que si se instalaban esos elementos, ellos me contratarían durante dos años y por un determinado valor mensual, una o varias vallas publicitarias. Así lo logré. Ya con esas cartas, fui a solicitarle un crédito al Banco de Bogotá, su gerente, Walter Gómez, verificó con esas empresas su verdadero compromiso y me financiaron el 100% del valor de esos elementos. Con las 44 estructuras ya instaladas, esa nueva Circunvalación parecía una vía gringa, pero lo interesante del relato es que le llevé los contratos de publicidad al mismo Banco de Bogotá, con una carta mía de autorización de cobro, porque fue el banco el encargado de cobrar mensualmente esa cartera, y con lo cobrado, después de descontar intereses y una mínima comisión por esa labor, abonaba el saldo a mi deuda. Al año y medio ya esta había sido cancelada totalmente, y el banco siguió haciendo la labor de cobro, abonándome en la cuenta lo recaudado. Y es que los gerentes eran quienes definían la credibilidad o no del cliente, y de acuerdo a esta, les concedían o negaban los créditos. Esta historia, mis amables lectores, es solo para analizar con cierta nostalgia, ¡Cómo han cambiado los tiempos!
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