La ventaja de ser lego en asuntos futbolísticos es poder tener la oportunidad de exponer los puntos de vista sobre el deporte mayor aglutinador de masas, sin prejuicio alguno ante los sabios de esta disciplina. El fútbol es casi una religión. Y en algunos países es más que el evangelio. Es un gran negocio, pero también es una gran diversión. Tal vez la mayor. No tiene banderas, géneros ni edades.
Pero lo más importante es la democratización de los torneos. Cada vez es más grande la sorpresa de los hinchas, jugadores y técnicos. Ya está mandada a recoger la teoría de equipos grandes y equipos chicos. En esta Copa Mundo Rusia 2018 al mejor cazador se le ha ido la liebre y ha quedado demostrado un alto nivel de equilibrio.
De entrada, los otrora poderosos Italia y Holanda ni siquiera clasificaron y no pudieron asistir. En la primera fase Alemania –flamante campeón mundial 2014– quedó por fuera. Argentina entró agónico con un Messi atribulado y crucificado por la canalla e hiriente prensa argentina. Y Brasil no tuvo la holgura de otros tiempos. Los resultados son inesperados e inclusive quienes están eliminados en la primera fase y tienen un partido por jugar, se desempeñan con un pundonor incomparable y ganan con honores su último juego. Es el caso de Corea, verdugo de los alemanes, y Polonia, que casi saca a Japón del Mundial. El fenómeno futbolístico paraliza ciudades, admite excusas inverosímiles, supera conflictos y une vecinos en discordia. Barranquilla no fue la excepción ayer. Festejó y festeja a rabiar el triunfo sobre Senegal.
Hay dos chistes sudamericanos sexistas que retratan la veneración del mundo por el balompié y de manera particular a argentinos y brasileros. El primero es de la señora bonaerense desaliñada. Huérfana ella de sensualidad, pero muy urgida después de años de verano sexual. Está en La Bombonera y grita: “No me gusta el fútbol, pero vengo para ver si después de un gol mi marido al menos me abraza”.
El otro es un viejo cuento carioca. Ocurre el 13 de noviembre de 1981, cuando un hombre se da cuenta de un terrible olvido en la puerta del Maracaná: ha dejado las boletas en casa. Es el juego del glorioso Flamengo contra Cobreloa. Atolondrado le dice a su hijo que vaya corriendo y las traiga. El muchacho entra veloz y encuentra a su mamá con un vecino unidos en un solo abrazo. Toma las dos entradas y regresa a donde lo espera su padre. “Te tengo una mala noticia ‘pai’”. Encontré a ‘mamae’ con un hombre en la cama y el papá le responde: “te tengo una peor: Zico no jugará hoy”.
Al final, el hombre regresa feliz a su hogar. Zico sí jugó y anotó los dos goles con los que el Flamengo ganó el partido que le abrió la senda para ser campeón de la Libertadores. Esa noche marido y esposa celebraron juntos.
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