Si se llega a una reunión de jóvenes ejecutivos, uno cree que se equivocó de salón y entró a una sala de espera médica. Es que todos lucen flacuchentos, llevaos, pareciera que la cuchara anduviera escasa; para remate todos también se ven como si no se hubieran afeitado hace una semana, o sea que la malaria llegó hasta las cuchillas. Pero no. No es malaria sino moda.

Ya sabemos que por aquí la moda controla todo: que si el lino, que si la cava de vinos, que si el bote, y así, todo es por moda. Hace poco surgió la discutible teoría que el ejercicio es salud, se impuso la moda, y parques avenidas y calles se vieron atiborradas de parejas que, desdeñando la molicie, al despertarse se levantan y, casi sin mirarse, corren a ponerse el disfraz y los aperos de deportistas para montar en cicla, trotar o caminar. De pronto es para evitar “una mala hora”, porque la molicie es perfecta para el apurruñe, y hoy los billetes no alcanzan para pagar más de dos colegios, claro, de los más caros, porque la moda también ordena que el número de hijos se limite a la capacidad de pago de esos colegios que sabemos. Molicie, dicho sea de paso, es el tiempo que transcurre entre el momento en que abrimos el ojo y el momento en que te levantas de la cama, sin duda el más seductor de los espacios de la vida.

La cosa se ha agravado porque ya no es solo el ejercicio, sino ejercicio al máximo, que los tipos, debidamente depilados, porque aquello de ‘hombre de pelo en pecho’ pasó a la historia, ahora practican el antiguo triatlón, que hoy se llama ‘Iron Man’, claro, más puppy en inglés, lo que condujo a que aquellos ochenta kilos propios del hombre macho se redujeran a sesenta, cual fémina.

Ellas, por su parte, se unen al combo que va al gimnasio durante horas enteras a hacerse matar con los más duros ejercicios, porque la moda es exhibir flacura cadavérica y músculos bien marcados, como si fueran machos. Después se verá cómo resolver lo de las prominencias frontales y posteriores, ya no abultadas como otrora se usaron, sino discretas, pero visibles. Hay mucha gente experta en procurarlas. Terminada la tempranera sesión de ejercicios, el combo se divide entre las que cedieron a la moda de la equidad de género, que les toca correr a trabajar, y las renuentes al cambio, felizmente mantenidas que se quedan en tertulia alrededor de un café, dichosas, chismoseando, de allí salen las noticias de radio bemba. Las primeras se ufanan de sus triunfos laborales, se montaron en la ola de la equidad de género que las tiene camellando a deshoras para producir lo que el marido les exige, dividir gastos, tremenda correndilla para al tiempo ser ejecutivas, viajes laborales, actuar de madres y, las que no han zafado al propio, de esposas. La equidad, entonces, se les volvió arma de doble filo.

La vieja guardia las prefiere llenitas, con la cuota de flacidez propia del género, y en casa, nada de modernos logros femeninos. Pero la juventud opta por la moda, y moda es moda.

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