Después de ocho temporadas llegó el final de ‘Game Of Thrones’, una de las series más exitosas de la televisión. El entusiasmo que despertó a nivel global fue un fenómeno que pocas veces ocurre. Millones de personas alrededor del mundo vieron la serie de HBO. El polémico final generó criticas de todo tipo. El público esperaba otro desenlace. Pero, más que escribir sobre el sinsabor que dejó la conclusión de la historia, quisiera recordar lo que significó. Fue casi una década de entretenimiento y magia.
GOT nos conectó a la televisión en una época donde hacemos maratones de series completas en un fin de semana, donde nos da pereza esperar. Somos la generación de las plataformas digitales y GOT nos conquistó. Cada nueva temporada nos hacía conversar con extraños, imaginar teorías, buscar en los libros los posibles desenlaces, entrar en la fantasía de una de las series más extraordinarias de todos los tiempos. Me quedo con eso: la emoción que sentí durante más de ocho años.
Vimos crecer a los personajes y también crecimos junto a ellos. Soñábamos con ver llegar a Dany y sus dragones a King´s Landing. Con la caída de Cersei. Con la venganza de Arya. Con la batalla entre vivos y muertos. Con la reacción de todos cuando se enteraran de que Jon Snow era el verdadero heredero del trono. Con el Night King y hasta con el regreso de Lady Stark como Lady Stone Heart… imaginamos tanto. El final tal vez no fue lo que muchos esperábamos. Lo destacable son todos los años que viajamos por ese mundo de fantasía. Esa es la genialidad de la serie: sin importar la edad, la nacionalidad, el idioma, todos nos dejamos atrapar por la ficción e imaginamos como niños.
Es inevitable caer en la comparación desgastada de GOT como una tragedia shakespeareana, pero en el siglo XXI. La televisión lleva décadas educando televidentes para esperar que las historias los complazcan, les den lo que desean o creen merecer. La serie de HBO modificó el patrón, usó formas narrativas de lo clásico para oponerse a un público acostumbrado a lo sencillo, al mínimo esfuerzo y a ser legitimado en su expectativa solo para que no cambiara el canal. El espectador no es tonto, nunca lo ha sido; sin embargo, sí estaba domeñado para desear poco, para conformarse con una fórmula igual que se repite en todas las series con más o menos variantes de nombres y escenarios. GOT se atrevió a abofetear al espectador, con la elegancia de quien reta a un duelo de espadas.
En un mercado televisivo atiborrado de personajes hechos a la medida del cliché, del estereotipo de telenovela, y cuyos actos siguen la línea segura y rentable de los finales felices, GOT nos da personajes que sorprenden. Personajes que no son buenos, pero tampoco son malos. Sus líneas de acción se sostienen en pulsiones humanas y no en estructuras de lo que debería ser un personaje y su carácter para que la historia sea más placentera. No se anticipa nada en ellos, porque los humanos —los de verdad— son volubles e incontenibles. Y en medio de un mundo tan inverosímil como lo es GOT, donde existen dragones, caminantes blancos, cuervos que viajan en el tiempo, humanos que reviven, los personajes tienen esa variante: son tan humanos que superan su propia inverosimilitud.
Gracias GOT, por entretenernos con una gran historia. Por hacernos escapar de la cotidianidad. Por la magia, los sueños y la imaginación.
@MariaMatusV maria.matus.v0@gmail.com