Esta cuarentena ha dejado claro, si es que antes no lo estaba, que vivimos en un país pobre. Un país extremadamente pobre. Un país que vive del ‘rebusque’. Un país que no tiene de dónde sacar para sostener a un pueblo en crisis. Un país con unas diferencias económicas tan grandes, que cuándo nos obligan a encerrarnos, se hace más notoria la brecha.
Tengo claro que escribo éstas palabras desde el privilegio, que tengo comida en mi nevera, que tengo espacio y que, afortunadamente, no me agobia la preocupación de no tener para pagar lo básico. Tengo la certeza de que mi cuarentena no es la misma que la de una gran parte de los colombianos, una que está obligada a compartir un cuarto entre muchas personas y que, por ende, empieza a padecer unos problemas de convivencia, que incrementan los índices de violencia doméstica. Tengo el conocimiento suficiente para entender que la tragedia más grande consiste en que comenzó a acechar el hambre. Pero sobretodo, tengo la sabiduría para determinar que no tengo el derecho de quejarme.
Sí, es cierto que el coronavirus va a transformar nuestra sociedad y nuestra economía, que habrán muchas empresas que no podrán sostenerse durante esta crisis, que esto nos va a afectar a todos, y que nuestros planes se verán profundamente alterados, pero, la realidad es que este no es momento para ser egoístas y pensar únicamente en las dolencias de nuestros bolsillos, sino, por el contrario, es momento de tener la empatía suficiente para saber que no hay nada más urgente que compartir lo que podamos.
Si tienes un emprendimiento, reduce tus precios lo que más puedas para que el margen que te ganes, cubra el sueldo de una persona. Si eres arrendador, negocia con quienes te arriendan, quizás de esta manera podrás evitar que se hunda un negocio y, por ende, que desaparezcan más empleos. Si tenías un dinero presupuestado para el ocio, compártelo con quiénes necesitan poner un plato de comida en sus mesas. Si alguien que antes te prestaba un servicio ya no puede hacerlo, intenta ayudarlo con lo que puedas. Si todavía tienes dinero para contribuir a que los restaurantes sigan funcionando o a que la industria de la moda colombiana siga vigente, y, por ende, poder ayudar en el pago de los salarios de los cocineros, meseros, artesanos y vendedoras que dependen de ellos, come colombiano y compra colombiano.
Y aunque sé que es más difícil de escribir que de hacer, que todos tendrán excusas válidas y que a absolutamente todos nos agobia lo que sucederá en el futuro gracias a esto, todos los días hay que despertarnos con la promesa de que vamos a hacer parte de la solución, por más pequeño que sea el aporte o insignificante que parezca la acción frente a la grandeza de la problemática, en este instante, todo cuenta.
Porque la manera cómo actuemos ahora, define quién has sido siempre y quien quieres ser en un futuro.
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