Son perturbadoras, o cuando menos inquietantes, las imágenes que registran a unos niños en Maicao comiendo y sacando cosas de la basura para subsistir, uniéndose a una ya larga lista de noticias que dan cuenta del triste estado de indefensión que soportan muchos menores en nuestro país. Porque, aunque últimamente se le ha dado mucha relevancia a lo que pasa en el departamento de La Guajira, con el ruido de los indígenas wayúu y demás, no dudo que este tipo de cosas se repitan a lo largo y ancho de todo el territorio nacional. Creo que la costa Caribe no tiene la exclusividad de estas infamias, aunque si puede que lidere el deshonroso listado, cosa que no es despreciable.

Cada vez que tales escenas se divulgan pasa una ola de indignación y alboroto, rasgaduras de pecho y actos de contrición, con no pocos señalamientos y juicios, casi todos dirigidos hacia el Estado. Se le pide con rabia a cuanto instituto existe, a los ministerios y gobernaciones, a los alcaldes y a cualquier funcionario público que esté pasando por ahí, que hagan algo, que arreglen el incordio, que salven a los niños. Se desata entonces la parafernalia. Luego del impacto inicial, los medios publican fotos de funcionarios con caras preocupadísimas, serios, dolidos, con sus impecables uniformes llenos de logotipos, visitando las zonas que han sido objeto de denuncia, prometiendo el fin del sufrimiento, las cartas en el asunto, las acciones que, ahora sí, van a acabar con el oprobio. De repente a todos les importan los niños, el futuro, los indefensos. Esto dura lo que tarda la próxima noticia en acaparar titulares y todo queda saldado, a la espera de una nueva foto o video para que se repita el ciclo.

Todo esto es esperable, así sucede desde siempre, si se cae un puente o llueve mucho, el método es el mismo. Lo que me parece llamativo, en el caso de los niños, es que casi nunca veo airados reclamos a los padres. Hace mucho tiempo, salvo excepciones como los espartanos y pueblos así, en occidente hemos acordado que los niños son fundamentalmente responsabilidad de quienes los procrean. Son ellos los que deben proveerles lo más básico, alimento y refugio. A veces la educación y la salud se comparten con el Estado, pero suele suceder en sociedades en las que todos sus miembros aportan a un fondo común, todos pagan impuestos y no en poca monta, lo que no es nuestro caso.

Hay situaciones en las que el Estado debe, sin duda, encargarse de un menor y ser responsable de su bienestar. Me refiero a estados de orfandad o abandono, o a declaradas incompetencias o limitaciones cognitivas o de salud. Para el resto de los casos están los padres. Tener un hijo no es poca cosa y que sea una posibilidad biológica, o incluso un derecho, no lo convierte en una obligación. Valdría la pena hacer un llamado más insistente, a la responsabilidad y a la mesura, a quienes lamentablemente no tienen la posibilidad de brindarle a un niño toda la protección y atención que merece.

moreno.slagter@yahoo.com