“Hay dos regalos que debemos dar a nuestros hijos: uno es raíces y el otro alas”.
Vivimos en una sociedad altamente competitiva en donde constantemente se nos presentan nuevos retos y objetivos por alcanzar. En muchos padres existe un miedo a dejarse llevar por los adelantos y a no dar la talla frente a los constantes cambios que se presentan.
Dadas estas circunstancias, son muchos los padres que han adoptado un modelo de educación basado en la hiperpaternidad. Estos padres básicamente se han trazado un solo objetivo: quieren que sus hijos sean los mejores y que estén preparados para cualquier situación que se aparezca en el camino. Para lograrlo, no dudan en matricularlos en infinidad de actividades extraescolares, saturarlos de tareas y, por supuesto, empujarles al éxito a cualquier costo. Y lo peor de todo es que creen que lo hacen “por su bien”.
El gran problema de este modelo educativo es que genera una presión innecesaria sobre los pequeños; una presión que termina robándoles su infancia y que, a largo plazo, genera en los adultos profundas heridas emocionales.
Bajo presión, la mayoría de los niños son obedientes y pueden llegar a alcanzar los resultados que sus padres les piden, pero a largo plazo de esta forma solo se consigue limitar su pensamiento autónomo y las habilidades que le pueden conducir al éxito real. Si no le damos espacio y libertad para encontrar su propio camino porque los saturamos de expectativas, el niño no podrá tomar sus propias decisiones, experimentar y desarrollar su identidad.
Pretender que nuestros hijos sean los mejores genera en ellos una gran presión que puede desembocar en grandes peligros, tales como el miedo al fracaso, la pérdida de la motivación y la pérdida de autoestima.
Los niños no tienen que ser los mejores; lo más importante es que nuestros hijos sean individuos felices con buena autoestima y salud.
Para que nuestros hijos lleguen a ser adultos exitosos y con salud psíquica es esencial que primero se sientan felices, respetados, amados incondicionalmente, protegidos, apoyados y con la libertad de poder jugar con sus amigos, dedicarse a sus pasiones y, de vez en cuando, perder el tiempo en su propio mundo de fantasías.