En las últimas semanas he estado leyendo muchas columnas de diferentes analistas haciendo paralelismos entre Colombia y Perú. Aprovechando las apretadas elecciones que acaban de pasar en el país vecino. Sin embargo, creo no equivocarme al señalar que la comparación es un poco -o muy- forzada, ya que nuestra nación con todo y sus múltiples problemas internos, ha gozado paradójicamente de una institucionalidad medianamente sólida. En cambio, los hermanos peruanos, hace un rato no saben lo que es un periodo presidencial completo.
La élite económica (que con ello no me refiero a la clase social alta) colombiana es distinta a la peruana, de allí el origen de nuestras amplias diferencias. Mientras que en otros países latinoamericanos lo que conocemos por establecimiento no existe, aquí sí, y además es fácilmente identificable. Ello, ha contribuido a que, en la búsqueda de cuidar sus intereses, el presidencialismo colombiano sea robusto. Pero en Perú, algo pasa que su élite no termina de saber cómo imponerse en la política. Ni en traje propio, ni en el de terceros.
Sobre lo anterior, quien más y mejor ha escrito, es Alberto Vergara, politólogo peruano, a quien sigo fervientemente desde que le leí su libro La Danza Hostil. El académico, uno de los más reconocidos a nivel mundial en nuestro campo, ha venido a UNINORTE en alguna oportunidad y allí ha reflexionado precisamente acerca de las ya conocidas, incapacidades de la élite económica peruana en materia política. Revisando sus textos y entrevistas recientes, yo es que en verdad no encuentro mayores similitudes con el caso colombiano, simplemente, varios analistas se están dejando llevar por la euforia post electoral del momento.
La élite económica colombiana sí sabe poner presidentes, y los ha puesto a todos. Nadie por fuera del status quo ha dormido en la Casa de Nariño en las últimas décadas. Así que no, no somos Perú y tampoco nos parecemos. Ni siquiera si Gustavo Petro representa lo que Castillo simboliza allá. Que, dicho sea de paso, tampoco son personajes equiparables, el colombiano es un político de antaño y jugado, el peruano era más bien un outsider.
En Colombia los escenarios no son prometedores, nunca lo han sido, así que nuestro permanente fatalismo político tiene sus raíces bien plantadas…aunque, a pesar de todo ello, nuestra democracia es medianamente sólida comparado con lo que está ocurriendo en otros países de América latina; no da para que estemos orgullosos, pero sí para saber reconocer con quiénes tenemos similitudes y con quiénes no.
Lo que sí es verdad es que, en esta parte del continente, muchos la están pasando muy mal, y que las realidades en Colombia, Chile, Brasil, Venezuela, Perú, etc… son tan solo muestras de la punta del iceberg. La crisis es real, la pandemia nos ha hecho retroceder lo que con demasiado esfuerzo se había alcanzado. ¿Qué viene? No sabemos.
Profesora Ciencia Política