No es verdad que el pasto sea siempre más verde en casa ajena, ni es cierto que en Europa todo funciona mejor que en Colombia. Sin embargo, y por lo visto en las últimas semanas, sí que la oposición en otras tierras trabaja a otra marcha. Particularmente en Reino Unido, una democracia parlamentaria donde se pueden observar debates sólidos entre laboristas y conservadores constantemente. A quien le apasiona la política podría pasar horas viéndolos. A Boris Jhonson, líder (aún lo es, no obstante, tambaleando) de los comúnmente conocidos como “Tories”, los contendores políticos han logrado sacarlo de la número 10; la casa donde se concentra el mayor poder inglés, algo así como la Casa Blanca en Washington.
Le costó al primer ministro dar el paso al costado. Eso sí, se resistió y se resiste a perder el espacio. Sin embargo, hay que saber que todo el que llega a ese puesto, sabe de antemano que está más cerca de irse que de quedarse, es parte de la dinámica de ser el jefe de Estado británico. La actividad política históricamente no es solo de una naturaleza dinámica, sino también beligerante y combativa, quien no esté preparado para ello es mejor que ni la pruebe. Jhonson, un viejo conocedor del poder, lo sabe y lo administra, de allí sus mejores palabras en el discurso de salida: “En política nadie es ni remotamente indispensable. Y nuestro sistema brillante y darwiniano producirá otro líder igualmente comprometido con sacar adelante este país en tiempos difíciles”.
Boris no me gusta. Creo firmemente en la visión europeísta y sus ventajas. Me es imposible coincidir ideológicamente con el hombre que lideró el Brexit, la salida de Reino Unido de la Unión Europea. Pero debo admitir a quienes me leen, con el riesgo de ser vista como contradictoria en mis argumentos, que hay personajes políticos con los que no encajo y a los que a la vez les guardo una tímida admiración. Este rubio desparpajado es uno de ellos. ¿Por qué?, se preguntarán. Pues porque a pesar de los constantes errores que pueden ser ratificados desde el exterior salió de su alcaldía de Londres arropado por una mayoría ciudadana y fue posteriormente lo suficientemente hábil para consagrarse primer ministro. Algo ha de tener, me decía a mí misma hace unos años, hoy podría esbozar que ese “algo” es una tenacidad pavorosa –esa que pueden llegar a desarrollar indistintamente los buenos o los malos– y una capacidad que ha sido suficiente para movilizar a los británicos hacia una decisión que sigo considerando juega en contra de ellos como sociedad en el contexto global.
Este hombre, por díscolo que pareciera desde sus inicios, logró afianzar su liderazgo en el territorio. Y es un buen ejemplo, para recordarnos el tipo de políticos que hoy encantan a las masas, no importa que después las decepcionen; ellas siguen votándoles. Necesitamos reflexionar alrededor de este tipo de figuras que no conocen de color político, pero capturan la atención y sentimientos de los electores. ¿Son solo populistas o hay algo más?