En Japón, la muerte súbita por exceso de trabajo se llama “karoshi”, en China se llama “goulaosi”, aquí en Colombia, quizá por ser uno de los países más felices del mundo, todavía no tenemos esta problemática, pero si nos descuidamos podemos caer en las redes del estrés por la adicción al trabajo y la hipertrofia profesional.
Ocho horas y hasta doce pueden ser normal hoy día, sin embargo hay muchos profesionales que si suman las horas que pasan conectados a sus trabajos en sus tiempos libres o en vacaciones, podríamos decir que no estamos lejos de caer en un síndrome de Burnout o fatiga crónica.
En China y Japón, por causa de la feroz competencia, mueren miles de profesionales al ser explotados por sus empresas, donde el concepto de rendimiento es casi como una religión. En nuestros países, los psicoterapeutas ya están viendo casos de crisis de identidad, personas que están perdidas o no saben lo que realmente quieren en la vida por causa de la competencia laboral.
Y cómo no, cualquiera se pierde. Al salir de la universidad no saben si perfeccionar el inglés, aprender francés, mandarín, portugués o hacer el MBA o el doctorado. Ah, también quieren trabajar, tener éxito (léase tener plata), tener una familia, casa, carro, etc. El problema radica en la inversión de prioridades, se debe poner lo verdaderamente importante por encima de lo urgente. Falta organización en las prioridades.
Contaba una joven ejecutiva llorando que no sabía qué hacer; la empresa le exigía una capacitación fuera de la ciudad, su esposo trabajaba con horarios irregulares y llevaban varias semanas que no coincidían un solo día juntos, mientras la hija la cuidaba la abuela. Este tipo de experiencia genera ansiedad y crisis familiar. Todo esto socava los cimientos de la familia, hiriéndola de muerte porque en su interior los valores de la sociedad de consumo están reemplazando a los valores espirituales, trayendo como resultado el vacío de sus miembros y la búsqueda de soluciones en el exterior.
Estamos a tiempo, hay que aprender a desconectarse. No hay excusas; muchos padres de familia trabajan arduamente para conseguir dinero y poderles dar todo a sus hijos. Años más tarde, cuando tienen el dinero, ya no tienen los hijos.
Por Luz María P. de Palis
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