Al margen de si una reforma a la justicia deba hacerse a través de una Constituyente, lo cierto es que el país clama a gritos por ella, hastiado por la corrupción en sus más altos niveles. Resulta entonces sorprendente la posición negacionista del presidente de la Corte Suprema, afirmando que “el problema de la corrupción del país no es un problema de estructuración de la Rama Judicial, es de la sociedad colombiana y de las personas”.
Claro que es de las personas y de la sociedad, pero también de las reglas de juego y las instituciones, que les permiten a esas personas carentes de moral encontrar los atajos de la corrupción. “Hay que buscar por esos lados…”, concluye el alto magistrado, como queriendo decir: por estos lados no busquen.
Semejante declaración hace pensar que la justicia no está vendada solo para representar su neutralidad, sino porque no quiere ver. Su desbarajuste no es un problema abstracto, sino que su carencia, su aberrante lentitud, la complejidad kafkiana de sus procedimientos y, lo más grave, su matrimonio con la política, han sido el camino a la corrupción y, además, afectan al ciudadano, desde los vecinos acechados por pillos que entran y salen de las cárceles, o la madre escondida porque la justicia dejó libre al asesino de sus hijas, hasta los miles de personas privadas de la libertad en espera de un pronunciamiento judicial. Musa Besaile, uno de los presuntos implicados en el último escándalo, tiene una causa insoluta con la justicia desde hace ¡once años! El país entero vive en un pendiente jurídico que es una bomba de tiempo para la democracia.
El caso de Luis Alfredo Ramos es sintomático de esa justicia en entredicho. Él mismo, con fina ironía, califica de “coincidencia” el que, hace ocho años, cuando aspiraba a la Gobernación de Antioquia, le haya aparecido un falso testigo. Cuatro años después, otros testigos también falsos, lo llevaron a la cárcel por ¡más de tres años! y cuatro años más tarde, cuando aspira a la precandidatura presidencial por el Centro Democrático, vuelve y juega.
Hoy, cuando la medida de aseguramiento le fue revocada por la Corte y espera sentencia absolutoria, dizque aparecen unos audios –el comunicado de la Fiscalía es ambiguo– que lo involucran en pagos a los magistrados Bustos y Pinilla; otra “coincidencia” que, como bien afirma su abogado, es un sinsentido, pues fue durante el ejercicio de estos dos magistrados que Luis Alfredo entró a la cárcel y allí se quedó.
Nuestra justicia está sub iudice, pero el primer paso es que ella misma lo reconozca y abra caminos a su transformación y a la recuperación de su altura moral. Para escribir estas notas le pregunté a Google por frases célebres sobre la justicia, y encontré una sentencia del Talmud, que viene como anillo al dedo: “Desgraciada la generación cuyos jueces merecen ser juzgados”.
@jflafaurie
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